Recuerdos y lecciones tras los atentados de Madrid

Uno de los recuerdos tempranos de aquel jueves por la mañana es la imagen de llegar al puesto de trabajo poco antes de las 9 y descubrir que muchos aún no sabían lo ocurrido. En 2004, los móviles no traían internet ni aplicaciones de mensajería que estuvieran siempre activas, y pocas personas sintonizaban la radio al despertar. Quien lo hacía, como es natural, encendía la radio para informarse en directo y esa mañana fue testigo de las explosiones en los trenes de Madrid, en tiempo real.

De forma asombrosa, sin que el Ministerio del Interior detectara indicios, un pequeño grupo de radicales islámicos consiguió reunir explosivos, adquirir teléfonos móviles en mercadillos y transformar ambos elementos en artefactos colocados en mochilas que fueron dejadas bajo los asientos de los trenes que explotaron alrededor de las 7:30. La capacidad de pasar inadvertidos ante la vigilancia policial resultó tan sorprendente como la coordinación que permitía a terroristas de otros ataques, como los de Estados Unidos el 11 de septiembre, lograr maniobras similares que causaron una enorme cantidad de víctimas.

La segunda consecuencia de esos atentados, más allá de las 193 muertes ocurridas en los trenes de Madrid, fue la irrupción de teorías conspirativas en España. Durante años, medios de Madrid mantuvieron un esfuerzo constante para prolongar la hipótesis de la conspiración para explicar lo sucedido. La idea nació, según algunos, del propio Gobierno de José María Aznar, en las horas tras la explosión. Aunque la investigación policial descartó de inmediato la autoría de ETA, la presión política buscó mantener viva una posibilidad alternativa. Con el tiempo, esa dinámica se convirtió en una maraña de afirmaciones y bulos que calaron en una parte de la población. Hoy existen quienes sostienen versiones que incluyen la participación de otros actores internacionales y locales, afirmaciones que no se sostienen con la evidencia disponible.

La intervención de Aznar ante la Comisión del Congreso de los Diputados, en la que sostuvo que los autores intelectuales no estaban aislados en lugares remotos, apoyando la teoría de una colaboración para desplazar a su gobierno, ha quedado en la memoria como un momento controversial. Ese episodio alimentó una crispación que perdura en la esfera pública. Los mandatos de Zapatero, vistos por la derecha como fruto de una conspiración, se han interpretado por distintos sectores como victorias de una narrativa que divide y confronta. A la derecha y a ciertos medios, se les ha atribuido la idea de que la derrota de ETA y la llegada de nuevas fuerzas políticas dependieron de acuerdos que no necesariamente existían en la realidad, una lectura que ha marcado el clima político durante años.

En fechas posteriores, se supo que, al día siguiente de los atentados, el presidente de Estados Unidos en ese momento, George Bush, y su esposa concedieron una entrevista a TVE desde la embajada estadounidense en Washington. La entrevista no llegó a emitirse, y la Casa Blanca contactó con la corresponsal en Washington para consultar la razón. La respuesta fue simple: aunque Bush mencionó la posibilidad de una conexión con ETA, la conversación se centró en señalar similitudes entre el modo de operar de los terroristas y otras tragedias globales, lo que generó un vínculo emocional y político difícil de olvidar.

Con todo, no se desea cerrar sin recordar a las víctimas y a las personas que resultaron heridas. Dos décadas después, las vidas que se perdieron o cambiaron para siempre quedan como un legado doloroso que también invita a aprender de los errores del pasado, a revisar las informaciones con ojo crítico y a reforzar la responsabilidad de las instituciones y de la ciudadanía para preservar la verdad y la justicia.

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