Kamala Harris and Music: A Dance Through Politics and Pop

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Pretending to be a relic from the prehistoric days of social media, a quirky Tumblr once chronicled Kamala Harris with the title Ana Botella doing things, featuring a flood of photos of the then Madrid mayor in various poses and moments. A similar vibe could be imagined with Kamala, but only if one sticks to the musical side: Kamala dancing with style to a samba-drenched groove performed by girls and young students. Kamala earning the affectionate nickname of ‘brat,’ a term of endearment within a tribe of hyperpop fans around Charlie XCX. Kamala securing Beyoncé’s blessing to use the song Freedom during the campaign season that lies ahead, despite the singer’s well-known protectiveness over her music. Kamala dancing at the 50th anniversary celebration of hip hop. Kamala as the indisputable star of TikTok, with thousands of clips merging her speeches with a spectrum of recent hits. Kamala receiving the broad support of much of pop royalty for her White House bid, including Katy Perry, John Legend, Cardi B, Janelle Monae, Kesha, and Beyoncé’s mother. Kamala showcasing vinyl records just bought at a store. Kamala sharing a public playlist with Biden on the day of her inauguration as president and vice president of the United States. And the list goes on.

La lista de imágenes y noticias de Kamala Harris vinculadas con la música es muy amplia. Lo más fácil sería considerar toda esa avalancha audiovisual, tan propia de nuestra época, una inteligente campaña de comunicación destinada a hacerla más amable a ojos de sus potenciales electores. Ya se sabe que pocas cosas son más efectivas que las canciones en lo que a soft power se refiere. Y puede que haya algo de todo eso. Pero lo cierto es que la relación con la música de la actual vicepresidenta de EEUU, y más en concreto su afición por el baile, parece absolutamente genuina. Más todavía que la de su antecesor y camarada Barak Obama, célebre autor (vamos a pensar que las hace él) de playlists molonas y diversas para disfrute de audiencias amplias. Es posible que los analistas de The New York Times vean a Harris como la peor candidata posible, de entre las personalidades ‘presidenciables’ de su partido, para hacerse con la Casa Blanca. Pero lo que es seguro es que nadie dudaría en cederle a ella el papel de DJ en la próxima fiesta del partido. Porque a Harris le sobra gusto, le sobra groove y le sobran ganas de bailar para convertir cualquier convención aburrida en un fiestón por todo lo alto.

Kamala Harris es fruto de una mezcla de ADN que atraviesa el mundo. Su padre nació en Jamaica y es de origen africano, su madre nació en la India como parte de la minoría tamil. Los dos llegaron a EEUU para cursar sus estudios y pronto se encontraron con universidades sacudidas por el movimiento contra la guerra de Vietnam, con el auge de cantautores más politizados y con la música negra convirtiéndose en un fenómeno de masas que empezaban a ser amados por audiencias cada vez más amplias. Fue aquella década, la de los 60, quizá la más musical de un país que siempre ha sido extraordinariamente musical. Y en medio de ese ambiente nació ella en 1964 en Oakland, la ciudad que alumbró a los Panteras Negras. Luego creció en diferentes lugares, hija de profesores universitarios itinerantes, antes de volver a California, el estado que más tarde la elegiría fiscal general y senadora. Sus años universitarios, a mediados de los 80, coincidieron con la explosión del hip hop. Todo ese cruce de culturas y conflictos, además del color de su piel, explican su predilección por las músicas negras, desde el gospel y el soul hasta el funk, el reggae, el hip hop y el r&b.

Hace algo más de un año, Harris detuvo a su comitiva para comprar discos en HR Records, una tienda de Washington especializada en esos sonidos. Al salir, señaló a los periodistas cuáles habían sido sus adquisiciones, tres vinilos: Let the Children Hear Music de Charles Mingus; Everybody Loves the Sunshine de Roy Ayers Ubiquity; y Porgy and Bess, la obra maestra de Gershwin en la versión canónica de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Tres aproximaciones a la música negra, cada una con su propia identidad: el jazz más intelectual, un sonido más hedonista y bailable, y un clásico entre los clásicos de la cultura afroamericana, aunque escrito por un blanco. Semanas antes había publicado una lista de Spotify concebida como una banda sonora para el viaje oficial que acababa de realizar por África, con paradas en Ghana, Tanzania y Zambia, y canciones de artistas con origen en esos países como Moses Sumney, Black Sherif, Harmonize, Ali Kiba o Yo Maps.

Lo de lucir sus gustos musicales venía de atrás: ya antes de ser la número dos de su gobierno, cuando solo era senadora, la política californiana participó en Mood Mix, una sección del popular Late Night de Stephen Colbert, donde los invitados comparten sus canciones favoritas para escuchar en diferentes momentos y estados de ánimo. Entre risas y respuestas sinceras que parecían retratar a una política cercana, Harris elegía temas de artistas fundamentales como Prince, Beyoncé, Funkadelic, Aretha Franklin o Bob Marley, cantando algunos estribillos con una naturalidad que parecía demostrar que no estaba armado con un spin doctor. En sus preferencias mandaba, sin embargo, el hip hop de la vieja escuela. Nombres como A Tribe Called Quest, Too Short o Salt-N-Pepa (el recordado que Push It siga siendo un himno de su juventud universitaria). Solo hacía una excepción hacia el rap contemporáneo: Kendrick Lamar.

No se puede suponer que todo fue puro cálculo propagandístico cuando, en septiembre, Harris recibió en el jardín de la residencia presidencial a un acto para celebrar 50 años de hip hop. Se considera como inicio de esa historia la noche del 11 de agosto de 1973, cuando DJ Kool Herc pinchó en una fiesta del Bronx mezclando ritmos desde dos tocadiscos. Allí estaba ella, rodeada mientras se movía al compás de la música, junto a raperos populares como Q-Tip, Jeezy, Common o MC Lyte. La escena parecía más una fiesta que una comparecencia política, y eso quedó registrado en reflexiones y titulares de la época.

Escribió Maya Angelou, la primera mujer afroamericana que apareció en una moneda de Estados Unidos, que todo en el universo tiene ritmo, todo baila; y parece que Kamala se lo toma al pie de la letra, porque siempre encuentra tiempo para moverse al ritmo de la música. Esa actitud es, para muchos, una señal alentadora. En tiempos oscuros y nubosos, la idea de que bailar puede abrir horizontes y traer ligereza es, tal vez, más relevante que nunca. Harris, con su forma de moverse, aporta una nota de optimismo que resuena entre quienes creen que la vida, incluso en la arena política, puede ser más llevadera cuando el cuerpo se une al pulso de la música.

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