Mundo turbio: memoria, violencia y verdad en la voz de Alfaro

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Mundo turbio y la voz de un escritor que camina entre la memoria y la ficción

Fernando Alfaro, nacido en Albacete en 1963, debuta en la novela con Mundo turbio, una obra publicada por Contra que huye de cualquier pretensión de simple narrativa para abrazar la sinceridad cruda de su universo musical. En esta novela, Alfaro trasladó a una narración lineal las sensaciones y momentos que capturaba con Surfin’ Bichos, Chucho y su trabajo en solitario. La estructura se organiza para seguir la cronología de su cancionero, de modo que cada capítulo respira el espíritu y la emoción de cada disco. El libro, cuyo subtítulo es Una novela y todas las canciones, incorpora las letras de todas las canciones de Alfaro. Como no podría ser de otra forma, Mundo turbio se proyecta como una novela que bebe del espíritu hardcore de la escritura de Alfaro.

La historia de Mundo turbio narra una vida vivida desde el borde, un territorio que la cultura y la sociedad han dejado de lado. ¿Qué lleva al protagonista Ángel Turbio a adentrarse en esa zona maldita? La novela explora el impulso de buscar la verdad personal, incluso cuando eso significa enfrentarse a lo que muchos prefieren olvidar. A través de una voz que se confronta con su propio arte, el libro ofrece una mirada sobre cómo una generación enfrenta las preguntas fundamentales de la existencia.

La lectura de Mundo turbio es, en muchos tramos, una experiencia intensa y, a ratos, agobiante. ¿Fue también la escritura así de exigente? Una de las novelas que más influyeron en Alfaro en años recientes fue No hay bestia tan feroz, de Edward Bunker. Para Alfaro, la memoria resulta la peor de las bestias; traer de vuelta sus canciones significaba traer recuerdos, con todo el choque emocional que ello implica. La experiencia de escribir se describe como un parto prolongado que, pese a su dolor, dio paso a un proceso rápido y, a veces, febril.

En la obra se evita escribir de forma ligera sobre la cárcel, un tema grave que demanda precisión. En la literatura delincuencial, la voz narrativa debe sonar autorizada, y eso se siente con claridad en Mundo turbio. Alfaro no afirma haber cometido delitos para justificar la verosimilitud; mantiene vínculos con personas que han vivido experiencias penitenciarias y ha mantenido conversaciones largas con ellas, lo que permite una mirada fiel a la realidad sin convertir la narración en espectáculo. La precisión es crucial, incluso cuando se exploran otros terrenos, como la geografía, para dotar a la historia de una mirada única y a veces miope.

La novela describe con detalle los rituales y las rutinas de la vida de un adicto. ¿No teme alejar a algunos lectores? Alfaro sostiene que la escritura a veces funciona como autoprovocación. Es una persona que se reconoce aprensiva y que, al describir a su personaje, se sumerge en la carnicería que implica la adicción por vía venosa. Sabe que ese enfoque puede provocar rechazo, pero insiste en que evita buscar masajes suaves; la crudeza es parte de la experiencia narrativa.

La obra también podría verse como un saludo a los que no lograron sobrevivir, a los que cayeron. Alfaro lo admite sin reservas: es un libro de recuerdo y de supervivencia. En los títulos que contempló hubo ideas que hoy resultan extraídas de la vida real, como la posibilidad de titular la libro Supervivir. Aunque el verbo puede existir formalmente, para él representa vivir con una intensidad extrema.

El autor recuerda haber asistido a un colegio de curas y haber atravesado fases de alta religiosidad. Esa educación dejó una marca que, en su visión, sigue influyendo, incluso cuando la vida lo empuja a zonas radicales. Si bien la influencia religiosa se percibe en su música y en la forma de encarar la religión en su juventud, Alfaro reconoce un fuerte impacto en su interior que trasciende las imágenes religiosas y se asienta en su sensibilidad artística. En la lectura inicial de Surfin’ Bichos se nota esa influencia, que convive con la música de raíz estadounidense y con una mirada que, en su juventud, se sentía atraída por lo profano y lo lunático del féretro moral anglosajón.

Sobre el lugar y el estilo de vida durante la escritura de Mundo turbio, Alfaro comenta que habría buscado mayor estabilidad mental, emocional y geográfica. Parte de la novela se gestó en su apartamento de Albacete, pero las múltiples paradas durante su proceso reflejan una escritura itinerante y, a veces, caótica. Su pareja viajaba por trabajo, y él cargaba el ordenador para acompañarla, mientras que su hija estudiaba para un examen MIR en Barcelona y le obligaba a buscar bibliotecas para estar junto a ella. Aun así, esa movilidad terminó siendo una fuente de concentración intensa: podía escribir diez horas seguidas en ciertos días, una experiencia que le brindó un ritmo de creación marcado por el movimiento.

La idea de mostrar lo íntimo sin permanecer en lo autopromocional se repite. ¿Qué tan expuesto está el autor ante su propia hija al compartir estas páginas? Alfaro tiene dos hijas y, en una ocasión reciente, les regaló un ejemplar de Mundo turbio. Mantiene una relación con ellas basada en la sinceridad, consciente de que nunca se revela todo a nadie, ni siquiera a uno mismo. Considera que poner toda la carne en el asador es la única manera de escribir algo que valga la pena. Sus hermanos, once en total, verán reflejadas partes difíciles de su biografía. Sí, es una experiencia de pudor, pero sin esa honestidad radical no habría logrado levantar el lápiz para la historia.

Una pregunta recurrente gira en torno a la seriedad con que Alfaro toma su propia figura. En los años de juventud, quizá esa solemnidad estuvo más presente. Al madurar, especialmente al convertirse en padre, esa gravedad se va atenuando, revela, y se entiende que la vida utiliza esa evolución para equilibrar la cercanía a la muerte. El capítulo final de Mundo turbio abre con una caminata a la hora previa al amanecer junto al cementerio; lo sombrío podría parecer épico, pero termina por caricaturizar al protagonista y mostrar que incluso el propio narrador se ríe de la figura de Ángel Turbio. Esa mezcla de oscuridad y humor es parte del pulso de la novela y de la voz que la sostiene. Para la experiencia completa, se sugiere la lectura como un viaje que conjuga memoria, verdad y una forma de resistencia ante la presión de pertenecer a un tiempo concreto. (Fuente: entrevista con el autor)”

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