Por tierra, mar y aire. A través de escarpadas montañas, briosos ríos o territorios tomados por las guerrillas. Bajo la canícula o el temporal. A pie, en barcazas o con elefantes. Los funcionarios de Indonesia trasladan estos días millones de cajas con las papeletas que hoy, una vez agujereadas, señalarán al presidente de los próximos cinco años.
Unas elecciones en Indonesia son una pesadilla logística. Es la tercera democracia más poblada del mundo tras Estados Unidos e India. El país cuenta con 240 millones de personas y 17.000 islas que se extienden por tres husos horarios y 5.100 kilómetros de este a oeste, una superficie mayor a la estadounidense. Son mejorables sus infraestructuras y su tecnología pero el proceso debe completarse en un día. Más exactamente: en las seis horas que están abiertos los colegios electorales.
Una revisión estricta revelaría que el éxito no está garantizado, pero Indonesia ha encadenado cinco elecciones sin problemas serios. No hay más secreto que la voluntad. El esfuerzo popular, con siete millones de funcionarios y voluntarios, subraya el compromiso democrático de una nación que aún mantiene fresca la memoria de la dictadura de Suharto.
Odisea logística
Las imágenes del traslado de esas cajas escoltadas por militares a los 800.000 centros de votación ya forman parte de la liturgia electoral. Barcos del Ejército y lanchas neumáticas las acercan a las islas. Ahí termina lo fácil. Las mediocres carreteras y los caminos embarrados por el monzón recomiendan recurrir a la tracción animal para alcanzar los pueblos más remotos. En la provincia de Aceh fueron necesarios elefantes en las elecciones anteriores y ahora se prefiere usar caballos en el sur de la isla de Java y vacas en la provincia de Lampung. El funcionario a veces no tiene más alternativas que cargar la papeleta al hombro.
“Tiempo limitado, clima extremo, complicaciones geográficas y problemas de seguridad”, resumía recientemente un funcionario de la Comisión Electoral. Los desprendimientos de tierras causados por las lluvias abundantes han entorpecido aún más el proceso. Unos 2.000 colegios electorales en Yakarta están en riesgo de inundaciones, según la prensa local, y la provincia de Banten tuvo que destruir millones de papeletas arruinadas por el aguacero. La jornada empezó en Papua, la punta más oriental, donde rebeldes y militares acumulan enfrentamientos mortales.
Votación artesanal
Los comicios indonesios conservan un encanto artesanal. Los electores marcan a su candidato perforando con un clavo su nombre en la papeleta. El método ofrece dos ventajas: permite la fácil identificación de la opción elegida al trasluz y evita el uso de bolígrafos en zonas rurales donde no sobran. Los funcionarios embadurnan luego el dedo del elector con una tinta indeleble que impide las votaciones múltiples.
Indonesia elige hoy no solo al presidente y vicepresidente sino a representantes de ámbito regional y provincial. Es un cálculo elemental: cinco papeletas por votante equivalen a mil doscientos millones de papeletas. Ese volumen tensa las capacidades de la industria impresora nacional antes de las elecciones y, después de ellas, la fortaleza de los que las cuentan.
Muchos sucumbieron cinco años atrás. Casi 900 funcionarios murieron durante las elecciones por agotamiento o ataques al corazón, según la prensa local. El Gobierno razonó que finiquitar unos comicios de esa magnitud en apenas un día exige tanto al cuerpo como a la mente. Para evitar otra mortandad no se ha ensanchado el plazo sino cambiado los criterios de selección. Los funcionarios son más jóvenes (la mayoría de los fallecidos en 2019 tenía entre 50 y 70 años) y se han revisado sus historiales médicos. También se les ha recomendado que cuiden el sueño, la comida y la hidratación durante esos días.