Benny Hill: la historia del comediante británico que marcó una era

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Nadie habría apostado por ver a Benny Hill convertido en una figura admirada mundialmente. Fue alguien profundamente reservado y con miedo escénico, a quien los elogios y las trampas del éxito no le importaban demasiado. A mediados de los años cincuenta fue aclamado como la primera gran estrella de la comedia televisiva británica. A finales de los setenta, Estados Unidos y otras naciones vieron versiones reeditadas de The Benny Hill Show, un programa de sketches que combinaba parodia, humor bonachón y juegos de malentendidos, y su popularidad se disparó. Sin embargo, la incapacidad para evolucionar y los cambios en los gustos de los espectadores terminaron por frenar su carrera.

La vida de Benny Hill, cuyo verdadero nombre era Alfie Hill, comenzó en enero de 1924 en Southampton, en la costa sur de Inglaterra. Nació en una familia que ganaba dinero vendiendo preservativos y cuyo padre, un farmacéutico que había abandonado un sueño de payaso, le transmitió la vocación por el humor. Se dice que la primera disciplina que recibió fue una reprimenda a los seis años por aceptar monedas de bañistas que escuchaban sus canciones. Abandonó pronto la escuela y trabajó como lechero, hasta que a los dieciséis años viajó a Londres para buscar fortuna como comediante. En la capital encontró trabajo en el departamento de atrezo de una compañía de teatro y luego sirvió en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, tras ser reclutado en 1942.

A su regreso adoptó el apodo de Benny en homenaje a un humorista favorito. Debutó en la radio en una era en la que ese medio dominaba el entretenimiento para el hogar. También actuó en salas y clubes nocturnos, pero la experiencia no fue del todo gratificante. La crítica señalaría que sufrió miedo escénico crónico debido a una voz poco proyectada y a que su acto dependía en gran medida de robar gags de otros comediantes. Sin embargo, la llegada de la televisión le dio el impulso necesario para evitar esas limitaciones. La tele permitió evitar la autoexposición excesiva y ofreció la oportunidad de dejar de depender de monólogos para conectar con el público.

La gran oportunidad llegó en 1952, cuando presentó a la BBC una colección de guiones no terminados. Le preguntaron si estaría ocupado en las dos próximas semanas y respondió que no, lo que le valió un encargo para un programa de sketches, Hi there! Allí combinó humor directo con elementos del burlesque y algo de música popular. Aquel inicio televisivo mostró su talento para imitar acentos y cambiar de personaje con rapidez. Más tarde se convirtió en una parodia de sí mismo y llevó el contenido a temas más atrevidos, empujando a los censores a sus límites. El éxito de Hi there! abrió camino a The Benny Hill Show, un espacio donde era habitual ver persecuciones de mujeres semidesnudas y una fuerte dosis de humor físico. En 1969 firmó con Thames Television un contrato exclusivo que consolidó su estatus como uno de los grandes del humor británico.

Los personajes de su programa resultaban arquetípicos y fácilmente reconocibles tanto en el Reino Unido como en otros lugares. El bueno, el tonto, el malo, el ladrón, el serio y el intelectual formaban un reparto que solía inclinar la balanza hacia los roles masculinos. Este rasgo, dentro de un humor absurdo, ofrecía una lectura políticamente correcta para su época, evitando ridiculizar a las mujeres de manera tan explícita. En la clasificación de la crítica se destacaba que el erotismo aparecía de forma más sugerente que explícita, buscando una aceptación familiar sin cruzar límites demasiado evidentes.

En plena flor de la popularidad, The Benny Hill Show alcanzó audiencias superiores a veintiún millones en el Reino Unido. Hill también participó en algunas películas, entre ellas una aparición en Chitty Chitty Bang Bang. Sus colegas reconocían su talento incluso sin ser muy dados a las entrevistas, y se recuerda su repulsa a los matrimonios, así como la vida austera que llevó pese a la riqueza acumulada. Se decía que viajaba en autobús o a pie para evitar gastar en taxis y que solía vestir prendas ya muy usadas. En 2007, la BBC en EE. UU. descartó las reposiciones por considerar que Benny Hill representaba una Inglaterra pasada de moda, y que su humor no encajaba con una imagen más moderna para el espectador actual.

El debate sobre el humor de Hill no se limitaba a la popularidad o a la picaresca. Para algunas voces, el personaje era un producto de su época y su humor, aunque blanco para ciertos públicos, reflejaba una mirada sobre la masculinidad que hoy suscita preguntas. En la conversación sobre su legado, la crítica destacaba que los gags podían verse como una parodia de la torpeza masculina más que como un ataque directo a las mujeres. Se propone mirar el humor con un ojo crítico, entendiendo el contexto temporal sin perder de vista las preocupaciones contemporáneas sobre la representación y el gusto.

El tema del tiempo y la capacidad de un humorista para resistir al paso de los años es una constante. Un periodista especializado en humor observa que el humor tiende a envejecer de forma irregular. Un cómico de hoy podría no hacer lo mismo que en décadas pasadas, y la relevancia del humor depende de la convivencia entre el artista y su público. Aun así, el enfoque general no propone minimizar a Benny Hill, sino entenderlo como un fenómeno de una era. Si se evalúa con el punto de vista actual, puede resultar enriquecedor observar qué quería decir con sus sketches y cómo eso se conectaba con el público de entonces. Revisar una obra para aprender de ella, sin buscar la superioridad, puede convertir esa revisión en una experiencia valiosa para el lector.

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