Virus de lo viral: una reflexión contemporánea

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El médico habla con la economía de quien ha visto muchas cosas: es un virus. Un virus, repite, sin adornos. Allí se asienta el diagnóstico, limpio y definitivo, como un silbido cansado que interrumpe un partido de fútbol sin chispa. Este virus se revela estomacal, al menos así se expresa, y eso ya lo saben quienes escuchan. El narrador entiende que ya está marcado por esa viralidad que antes parecía una broma y que ahora llega como una realidad que modifica la vida cotidiana.

Un virus se mueve en danza dentro de la sociedad, derriba a hombres y mujeres por igual, bota a ancianos, descuaja a niños, menoscaba a oficinistas, asusta, planifica ataques invisibles y se infiltra por entre las narices, mucosas y entretelas. Es un virus que afecta de manera tan intensa que podría decirse que nadie está exento de haberlo visto. El virus anterior, parecido a la gripe, parecía centrarse en nariz y boca; este, sin embargo, elige zonas menos nobles, como el estómago y los conductos evacuadores. Nunca ha sido más claro que a veces la explicitud puede volverse innecesaria para entender la magnitud de la amenaza.

Existen columnistas que no hallan tema para llevar al folio y otros que convierten cualquier virus en asunto público. Si la enfermedad aparece dos veces al mes, ya tienen dos temas resueltos. «No hay que aburrir ni a Dios sobre todas las cosas», decía el poeta Manuel Alcántara, y como enseñaba César González Ruano, la confesión personal en el artículo puede ser una garantía de interés: se espera que no resulten agotadores para los lectores, al igual que no lo es para quienes hablan de sus propias enfermedades. En lo que respecta a la confesión, ahí va una verdad: la escritura parece más recogida cuando se está lejos del ruido mundano, del frío, de la calle, de los patinetes y de las tentaciones. El corrector insiste en que se incluya humor sencillo. También se sugiere pelanas. Los pensamientos oscilan entre la euforia de ver una película o leer sin prisas y los resabios de una educación que a veces llega con remordimientos. Las mañanas se esfuman y las tardes avanzan, y eso no es una novedad: el tiempo nunca ha retrocedido, salvo en la mente. En la mía, lo hace ahora: se añora, en estas circunstancias, el cuidado materno. Jamás volverán aquellos tiempos en que todo tenía que ser viral.

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