Revisión histórica de la Transición y el clima político actual en España

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El presidente Adolfo Suárez es recordado hoy, a propósito del décimo aniversario de su fallecimiento, como la figura que inauguró la etapa de la Transición en España. Aunque su muerte física ocurrió hace más de diez años, su influencia y sus decisiones siguen siendo objeto de entrevistas y debates. Si el mandatario levantara la cabeza en este momento, quizá se emocionaría ante la fractura política que atraviesa el país y el tono áspero que marca incluso a las dos grandes formaciones tradicionales, PSOE y PP, que durante la Transición fueron los pilares sobre los que descansó el sistema democrático posdictadura. El esfuerzo de muchas personas y la propia lucha del equipo de Suárez, que enfrentó tensiones constantes y un desgaste personal, permitió forjar un periodo de convivencia que muchos consideran el más estable y productivo de la historia reciente, pero ese equilibrio no ha garantizado una continuidad plena en el clima de colaboración que la Transición había dejado como legado. También se percibe un desgaste y cambios significativos en la política española.

“Soy el primer presidente de gobierno de coalición en España”, se recuerda haber escuchado a Suárez decir, “porque integro un gabinete con democristianos, liberales, socialdemócratas, azules y tecnócratas”. Suárez cayó ante la implosión de esa amplia alianza que dio origen a la Unión de Centro Democrático (UCD), la agrupación que ganó las primeras elecciones en 1977 y 1979. En la actualidad, gran parte del poder de gobierno está sustentado por un conjunto de fuerzas que incluye socialistas, ex comunistas, nacionalistas e independentistas, sin ocultarlo. En este complejo escenario, la influencia de Carles Puigdemont es especialmente destacada: mantiene una posición que muchos interpretan como adversa a la unidad de España y que, para algunos, podría facilitar procesos de independencia en Cataluña. Sobre Puigdemont no se esperan gestos de gratitud por la amnistía, una cuestión que ha generado desgaste político para el liderazgo actual. Se recuerda también que él mismo abandonó España cuando convocó a sus consejeros en otro lugar, dejando a varios en una situación compleja. Entre los afectados se encuentran dirigentes como Oriol Junqueras, que pasó varios años en prisión.

Frente al deterioro del clima político, con sesiones parlamentarias marcadas por críticas intensas, es necesario reconocer que la situación es más grave de lo que a veces se admite. La responsabilidad recae, en gran medida, en los dos grandes partidos, socialistas y populares, aunque la polarización ha impedido acuerdos para avanzar y, a veces, incluso para cumplir la Constitución, como se ha visto en la no renovación del Consejo del Poder Judicial o en los intentos de bloquear decisiones en el Senado tras lo aprobado en el Congreso.

Suárez logró destacar como presidente inesperado de la Transición, logrando desplazar a figuras como Fraga y Areilza, que se proyectaban como vencedores en esa competencia. Sin embargo, no logró crear una fuerza política capaz de aliarse con socialistas o con populares para formar mayorías estables sin depender de las exigencias de los nacionalistas en las investiduras. Llegó a acercarse a ese objetivo cuando obtuvo diecinueve escaños en 1986, pero la mayoría absoluta ya no necesitó su apoyo. Y cuando realmente se le llamó, ya no estaba en la escena. Una figura conciliadora y valiente, dispuesta a arriesgarse cuando fue necesario, podría aportar mucho al actual debate político, donde los liderazgos se ven afectados sin excepción.

Las encuestas suelen preguntar sobre múltiples temas, pero rara vez abordan directamente el hastío ciudadano. Sin mediciones sociológicas, solo a través del ambiente que rodea a la política se puede percibir el cansancio de la opinión pública. Existe un cansancio y una desilusión que también tocan a aquellos que asumen responsabilidades públicas. ¿Hasta dónde podría llegar ese hartazgo y por cuánto tiempo podría sostenerse?

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