Beethoven, su sinfonía y la verdad de su vida

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Hace doscientos años, el 7 de mayo de 1824, Ludwig van Beethoven, con 53 años, subió al escenario del Kärntnertor en Viena para el estreno mundial de su inmensa Sinfonía n.º 9, conocida también como Coral, una obra que había tardado tres años en completar.

Su papel en la apertura fue una forma de convertir su dolor en arte. A pesar de las indicaciones del director de no seguir la observación de quien, atormentado, no lograba llevar el pulso de la orquesta, Beethoven insistió en dirigir desde un atril. Aquello quedó sin superar y no trascendió entre la audiencia.

La interpretación fue interrumpida varias veces por los aplausos de los 1.800 asistentes. El genio, de espaldas al público durante toda la interpretación, parecía desconectado de lo que ocurría delante de él.

Al iniciarse el segundo movimiento, una soprano lo tomó de la manga para indicarle que se volviera. Fue una escena conmovedora que dejó entrever la discapacidad del maestro y despertó la empatía entre el público.

Con la incorporación de la Od a la alegría, basada en versos de Schiller, el cuarto movimiento alcanzó una audiencia universal. La combinación de poesía y una melodía para el alma transmitió un mensaje de paz y fraternidad que dejó atrás la turbulencia de siglos pasados.

En 1985, la Oda a la Alegría fue adoptada como himno instrumental de la Unión Europea, uno de los símbolos oficiales junto al euro y a la bandera de doce estrellas.

En una carta dirigida a sus hermanos, escrita poco antes de morir en 1827, Beethoven expresó su interés en que los médicos investigaran, después de su fallecimiento, las causas de su lucha contra la mala salud que lo había asediado durante medio siglo.

Su compromiso con la humanidad quedó patente en la manera en que compartía ideas musicales que le iban surgiendo, incluso cuando la audición ya estaba deteriorada. Mucho antes de perder la audición definitiva, ya había mostrado molestias cognitivas y trazos azules en la boca que llamaban la atención.

La teoría de intoxicación por plomo ganaba tracción a partir de investigaciones que indicaban altos niveles en el organismo, lo que explicaría la sordera y otros males. En mayo de 2024, un equipo de expertos en Beethoven y médicos publicó en una revista médica un análisis de dos mechones de pelo que pertenecieron al compositor, con hallazgos que aportaron nuevas pistas.

Los niveles de plomo, arsénico y mercurio detectados en el cabello sugerían posibles orígenes de padecimientos como sordera, molestias gastrointestinales e ictericia durante sus sesenta años de vida, en un marco de predisposición renal y hepática. En la época, el cabello era una forma habitual de conservar recuerdos de personas queridas o figuras célebres, y la exposición a plomo, arsénico y mercurio se asociaba a vino, cosméticos, papel pintado y medicamentos.

Las pelucas, elaboradas con pelos variados y acondicionadas con productos cosméticos que incluían plomo, eran panes de fondo de aquella época. El plomo también se vinculaba al vino, que podía contener acetato de plomo para endulzar sabores, y las barricas de almacenamiento reforzaban esa contaminación.

En palabras de la época, el deceso y las circunstancias de la muerte no relativizan la grandeza de Beethoven. Su vida muestra que la sordera no fue un límite, sino un motor para una creación que dejó una huella imborrable en la historia de la música occidental. Incluso cuando la ceguera olía a derrota, la mente musical siguió trazando rutas sorprendentes y evadió la retirada. Es notable que, al escribir sus últimos cuartetos de cuerda, Beethoven compuso completamente sin oírse a sí mismo, confiando en la intuición y en la memoria interior. En una solución audaz, se inclinaba hacia el teclado para sentir las vibraciones y oír los tonos a través del cuerpo, una muestra de su tenacidad y su incontenible deseo de crear.

Al cumplir treinta años, recordó haber dejado de asistir a eventos sociales durante casi dos años, en parte para ocultar su sordera. Si hubiera optado por otra profesión, quizá podría haber enfrentado la enfermedad con menos presión, pero la música era su vocación y, aun así, la convirtió en una de las mayores hazañas artísticas de la humanidad.

Una pregunta inevitable surge sobre la relación entre los altos niveles de plomo y la capacidad de Beethoven para componer una sinfonía que ha trascendido fronteras. ¿Cómo fue posible que la mente de un hombre afectado por toxinas pudiera concebir una obra de alcance universal?

Dentro de dos siglos, la gente podría buscar respuestas sobre los efectos de las dietas del siglo XX y XXI. La ciencia sugiere que ciertas cantidades residuales de metales pesados pueden encontrarse en carnes de caza, chocolate negro, cacao en polvo, tubérculos y arroz, entre otros alimentos, lo que invita a una reflexión sobre la dieta y la salud a largo plazo. Las tuberías de plomo y la infraestructura de agua también fueron posibles fuentes de exposición en su tiempo.

Beethoven fue un ser humano extraordinario, dotado de un talento sin precedentes y capaz de vivir de una manera que permanece en la memoria. Sus pasajes, de una belleza sobrecogedora, conviven con un mensaje de resistencia frente a la tiranía y son prueba de que la grandeza puede nacer del dolor.

Como referencia cinematográfica, se recomienda la película Copying Beethoven (2006), que se centra en los últimos años de vida del compositor, cuando, bajo la presión del estreno próximo y el reto de la sordera, termina de dar forma a su Novena Sinfonía.

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