Reescritura del texto sobre la comunidad judía en Casablanca

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Todas las mesas de la terraza están ocupadas, el sol brilla con fuerza y las familias y amigos se reúnen bajo las sombrillas del restaurante Le Soc. Este club de tenis privado en Casablanca, con más de cincuenta años de historia, es uno de los puntos de encuentro más significativos para la comunidad judía local. Aunque la comunidad ha dejado una huella profunda en Marruecos, hoy en día solo quedan alrededor de 1.500 judíos en el país. La guerra en Gaza ha marcado un antes y un después, según David, el administrador del establecimiento. Desde la barra, controla con eficiencia cada movimiento del restaurante y saluda a los clientes con una amabilidad contagiosa.

El conflicto ha enfriado las relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel tras la normalización de los lazos hace tres años. «Tras los acuerdos de Abraham firmados por Rabat en diciembre de 2020 había un porvenir claro, pero ahora es imposible predecirlo», comenta un marroquí de origen sefardí que forma parte de esta comunidad. David mantiene la esperanza de que, con el tiempo, esas conexiones se encaminan de nuevo, aunque su tono revela una reserva comprensible ante la pregunta sobre el plazo necesario.

Las relaciones entre Rabat y Tel Aviv habían avanzado a paso rápido. Israel reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental el verano pasado y se discutía la posibilidad de una visita oficial de Binyamin Netanyahu. Sin embargo, la escalada del conflicto en Gaza hizo inviable ese viaje. Marruecos ha intensificado su condena contra los bombardeos israelíes sobre población civil y ha pedido la interrupción de la acción militar. A lo largo de las semanas se han repetido manifestaciones en apoyo al pueblo palestino, además de demandas para frenar la normalización de relaciones con Israel.

En el centro de Casablanca y en el corazón de lo que fue el antiguo barrio judío, se encuentra el Círculo por la Alianza, un centro cultural y gastronómico con una larga trayectoria. Eric, quien dirige el lugar, señala que la crisis reciente ha cambiado la percepción: “parece que ahora somos vistos con recelo, algo que no ocurría antes. Hay personas con ideas extremas que creen que la responsabilidad recae sobre nuestra comunidad por lo que sucede en Gaza”.

«Tengo la esperanza de que todo vuelva a la normalidad, pero el problema es que no se vislumbra un final. Cuanto más dura el conflicto, más difícil resulta para los judíos de todo el mundo, no solo para los marroquíes», comenta. Al preguntarle por la ofensiva en Gaza, describe que «no es la solución» y añade que “existe un problema ahí”. Sobre una salida posible, dice que “no puede posicionarse, pues viven lejos y no saben exactamente lo que ocurre; solo aquellos involucrados pueden hallar una salida”.

«El año pasado recibimos a muchos turistas; ahora prácticamente no hay», subraya Eric. Esto tiene un impacto económico directo: el restaurante que gestiona ha perdido cerca de tres cuartos de su volumen de negocio. Una de las consecuencias visibles de la guerra es la drástica reducción de la llegada de turistas israelíes a Marruecos y la suspensión de vuelos directos entre ambos países. Tras el estallido del conflicto en Gaza, las autoridades israelíes han desaconsejado a sus ciudadanos viajar a ciertos países, incluido Marruecos. David añade que Marruecos ha reforzado la seguridad de lugares como este restaurante y otros centros de reunión de la comunidad judía. Históricamente, la casa real marroquí ha brindado una atención especial a esta comunidad, una dedicación que permanece intacta incluso en tiempos de conflicto.”

Eric decidió regresar a su Casablanca natal tras dos décadas en Francia. «Marruecos no es solo un ejemplo de convivencia entre musulmanes y judíos; es el modelo central de convivencia en la región», afirma, remarcando su fuerte vínculo con el país. Este centro, que dirige hoy, ha estado activo durante 85 años y forma parte de la memoria viva de la comunidad judía en la ciudad. En 2003 fue testigo de un atentado que dejó 45 víctimas en varios puntos de la urbe; el centro estuvo cerrado en ese momento y el interior resultó gravemente dañado. Aun así, no se registraron víctimas dentro de sus instalaciones, que, con el paso del tiempo, se recuperaron y siguieron al servicio de la comunidad.

Recordando su niñez, Eric revela que en los años 70 Casablanca albergaba a unos 200.000 judíos. Hoy hay menos, y las razones son variadas: muchos hijos emigran para estudiar en Europa, América o Israel y, cuando los padres quedan solos, deciden seguirlos; otros se van por motivos económicos o por experiencias de antisemitismo. También hubo quienes eligieron asentarse en Israel tras la fundación del Estado en 1948.

Entre los personajes más conocidos de la comunidad figura Jojo, dueño de la carnicería kosher más destacada del país. Es la tercera generación al frente del negocio y envía pedidos a ciudades como Marrakech. Aunque las ventas no alcanzan el ritmo de décadas pasadas, Jojo recuerda que su padre trabajaba sin descanso y que, a pesar de la caída, no se queja. Muchos judíos han dejado Marruecos, pero la mayor parte conserva su casa en el país y regresa de vez en cuando. Jojo ha vivido en España, Francia y Suiza, pero siempre ha vuelto; para él, Marruecos es su hogar y su historia. Esta cita y estas memorias dibujan una visión humana de una comunidad que persiste frente a las tensiones regionales y cambios demográficos, manteniendo vivo un patrimonio que ha marcado a Casablanca y a su gente durante generaciones.

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