El canciller alemán, Olaf Scholz, sostiene a diario que no suministrará misiles Taurus a Ucrania, y esa postura no calma por completo la tensión generada tras una filtración rusa. En la conversación filtrada, altos mandos militares discutían posibles objetivos para esas armas de largo alcance, incluido un puente clave. Scholz afirmó: “Soy el canciller y rige lo que he dicho”, mientras Moscú especula sobre una entrega a Kiev sin su visto bueno. Añadió que no es posible suministrar un sistema de largo alcance sin analizar las consecuencias y el control, dejando claro que soldados alemanes no participarán en la operación.
Los misiles Taurus, con un alcance de aproximadamente 500 kilómetros, podrían atacar objetivos situados en Crimea desde territorio ucraniano. Scholz ha sido tajante durante semanas al rechazar su entrega, lo que ha generado fricción entre los aliados en la coalición de gobierno, donde ciertos sectores ecologistas y liberales ven con favor esas entregas. También resalta el hecho de que Alemania no enviaría tropas propias, una línea que también dejó clara a Emmanuel Macron cuando este último no descartó enviar tropas aliadas a la región.
Los cuarenta minutos de conversación entre oficiales superiores filtrados el viernes pasado por un medio estatal ruso intensificaron la fricción entre Moscú y Berlín. El Kremlin informó que el embajador alemán fue citado para explicar la reunión ante autoridades rusas. Según la versión oficial, la conversación mostró la participación directa de Occidente en el conflicto ucraniano, algo que Berlín y otros socios europeos pretenden evitar. Berlín sostuvo que la cita fue previamente planificada y que no implica una acción de sanción reciente.
Cifras y datos
La discusión entre los militares alemanes, incluyendo al jefe de las fuerzas aéreas, se llevó a cabo el 19 de febrero por videoconferencia utilizando la plataforma Webex. Se analizó la posibilidad de entregar Taurus a Ucrania y la hipótesis de efectuar un ataque al puente que vincula la península de Crimea con el territorio ruso. Para Moscú, esa acción equivaldría a atacar territorio ruso y, presumiblemente, con la participación de fuerzas de la OTAN, en este caso alemanas.
No fue una conversación teórica: se mencionaron cantidades concretas, como la posibilidad de una primera remesa de 50 misiles dentro de un total de 100. También se contaba que el Ejército británico podría estar ya desplegando oficiales en Ucrania para labores relacionadas con misiles Storm Shadow, versión que Londres niega. Aquí aparece un cuadro de tensiones entre aliados y la gestión de la información sensible en un contexto de guerra híbrida.
El ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, acusó a Rusia de una campaña de desinformación destinada a desestabilizar Alemania o a fomentar una guerra híbrida. Los servicios de inteligencia militar, conocidos por sus siglas MAD, se encuentran investigando el origen de la filtración y la forma en que una conversación de ese nivel quedó expuesta. Las críticas de la oposición se suman a las dudas entre socialdemócratas y socios de la coalición por la filtración proveniente de una potencia con influencia en ciberataques a gran escala.
Constantes en las filtraciones que circulan en redes cercanas a Moscú sostienen que los militares estarían dispuestos a actuar sin autorización visible de Scholz. Se afirma que la Bundeswehr está preparando nuevas acciones que podrían tensar aún más la relación entre Berlín y Moscú, y se cuestiona si las Fuerzas Armadas de Alemania han terminado el proceso de desnazificación que se esperaría tras tantos años de cambios estructurales. Estas afirmaciones se nutren de la inestabilidad que rodea a las decisiones estratégicas de Ucrania y de las respuestas de la coalición gobernante.