La revisión de las relaciones de los candidatos con China ya forma parte de la agenda electoral en Estados Unidos. Kamala Harris, quien reemplazó a Joe Biden, pasó la evaluación: nunca viajó a Pekín como vicepresidenta y aquí solo era conocida por sus risas resonantes. Con Tim Walz, segundo de Harris, el neomacartismo encontró un público entusiasta: un vínculo de 35 años, decenas de viajes a China, declaraciones que buscaban apertura…
“La China comunista está muy contenta, nadie es más prochino que el marxista Walz”, aseguró Richard Grenell, antiguo embajador de Trump en Alemania. Tom Cotton, senador republicano, reclamó que el gobernador de Minnesota explique su “inusual relación de 35 años con la China comunista”. Aclaramos: Walz no posee credenciales sinófobas, pero tampoco es un abrazapandas. Sus denuncias sobre derechos humanos en China lo sitúan más cerca de los halcones de Washington.
Un Walz recién graduado llegó a Foshan, una ciudad gris en la provincia de Guangdong, en 1989. Allí enseñó inglés e historia de Estados Unidos durante un año gracias a un programa de intercambio de la Universidad de Harvard. Muy pocos se atrevían a visitar una China aún lejana de la globalización. “Fue una de las mejores experiencias de mi vida”, contó a un diario local. Tras regresar, creó con su esposa un programa estival que trajo a estudiantes estadounidenses a China durante la década siguiente. Maneja mandarín y eligió China para su luna de miel.
En la revisión de archivos antiguos surgieron declaraciones que generan cuestionamientos. Walz describió a los chinos como “amables y generosos” y defendió la posibilidad de ampliar los contactos militares para construir una relación duradera. También sostuvo que la confrontación entre adversarios no era necesaria. Aquella actitud respondía a una época en la que Washington veía el ascenso chino como una posible oportunidad, y los centros de estudio acuñaban conceptos como Chimérica o G-2 para describir una convivencia más o menos armónica. Esa sensibilidad quedó enterrada durante la última administración, y hoy democrats y republicanos comparten una retórica más unionista frente a Pekín, con críticas que ahora se etiquetan como neomarxistas.
Respeto y denuncias
[–>
Walz muestra respeto hacia China y, al mismo tiempo, denuncia abusos. No ha sido tibio en este punto. Pasó 12 años en una comisión de la Cámara de Representantes dedicada a los derechos humanos en China. Se ha reunido con oponedores del Partido Comunista, como el Dalai Lama o Joshua Wong, y respaldó sanciones a Pekín por sus abusos. Rememora también la represión de Tiananmén, ocurrida el año en que vivió en China, y recuerda la fecha de forma solemne. Su nombramiento ha generado curiosidad en redes sociales, aunque pocos esperan que esos vínculos cambien el rumbo de Washington. Analistas sostienen que, en un escenario razonable, esos lazos serían vistos como un activo. “Es mejor que una persona con experiencia en intercambios con China dirija la oficina que alguien que no conoce el país”, expresó Zhu Junwei, director de un centro de estudios chinos, en un periódico regional. No ha habido un presidente o vicepresidente con más experiencia en China desde George W. Bush, quien ya había estado vinculado a Pekín antes de la Casa Blanca.
[–>
Para Jeffrey Sachs, economista y analista político de la Universidad de Columbia, Estados Unidos afronta una tendencia poco razonable en su relación con China. “No hay visión para sostener el conflicto; la cooperación puede resolver muchos problemas globales. Trump y Biden se equivocaron. Se espera que Harris y Walz encuentren un camino más sensato”, comentó. El pasado de Walz no predetermina su postura, pero sí invita a evaluar su experiencia con China sin prejuicios. Aun así, no se considera un factor determinante en la toma de decisiones en Washington.
Suscripción para continuar leyendo
<!–]