Caos y hambre en Gaza: voces de una crisis sin precedentes

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A Rajaa Abu Jasser siente pudor al describir el plato que alimentó a sus hijos. “Me quedó un poco de pan, así que mis hijas prepararon salsa para mojar, mezclaron mayonesa y kétchup, y comieron eso”, explica esta madre de cinco. “No es una buena opción, pero es lo que podemos hacer”, admite. En la Franja de Gaza, la comida escasea. Y aún menos en el norte, desde donde habla Abu Jasser, aislado por la limitada ayuda humanitaria. En Gaza residente la gente sufre un hambre que ruge, un rugido colectivo de estómagos. Más del 80 por ciento de las personas en situación de alto riesgo de inanición a nivel mundial se encuentran en este pequeño territorio junto al Mediterráneo, según la ONU. Son decenas de miles, cientos de miles de estómagos atormentados que no llegan a comer.

En el hogar de los Abu Jasser, la verdura y la fruta fresca no llegan desde hace tiempo. “Es realmente difícil conseguir comida”, admite una profesora de inglés de una escuela de Naciones Unidas. Parece increíble que la guerra haya convertido los caprichos de días festivos en el menú diario. “Ahora solo comemos dulces o frutos secos, cualquier cosa que podamos hallar en la calle o en las tiendas, pero no hay comida real”, afirma a través de notas de voz, en medio de los cortes constantes de las comunicaciones en Gaza desde el pasado 7 de octubre. La realidad de Rajaa implica a 2,3 millones de personas. Según Naciones Unidas, el 94% de la población raciona porciones o reduce la comida para asegurar que los niños reciban algo.

“Desde hace 150 días, mis hijos no reciben suficiente nutrición, vitaminas ni proteínas, ya que no encuentro leche, huevos ni queso ni nada”, comenta la coordinadora administrativa del proyecto Hands Up. “Intenté conseguir suplementos vitamínicos para ellos en las farmacias, pero es imposible”, reconoce. Hace semanas que las agencias humanitarias advierten de la catástrofe que acecha Gaza. Tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, Israel respondió con ataques aéreos sin precedentes y dejó un cerco total sin alimentos, agua, electricidad y, prácticamente, ayuda. Todo ello persiste. Los niños ya empiezan a morir de hambre y deshidratación, según la Organización Mundial de la Salud y autoridades palestinas.

Caos y violencia

La trágica situación, avivada por una hambre brutal, ha desencadenado la ruptura del frágil orden público que queda entre los escombros. Decenas de personas se lanzan sobre camiones de ayuda que llegan al norte, cayendo en el caos y en la violencia por un saco de harina. Los tanques israelíes no dudan en atacar a estas multitudes, manchando las cajas de comida con sangre, como ocurrió la semana pasada. El Programa Mundial de Alimentos ha pausado sus entregas en el norte hasta que pueda garantizar la seguridad de quienes entregan y reciben la ayuda. Países como Estados Unidos, Egipto, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos envían alimentos desde el cielo. Jóvenes y mayores se arrojan al mar para alcanzar el paquete que cuelga de un paracaídas y aliviar sus estómagos por unas horas.

“En el norte de Gaza, uno de cada seis niños ya muestra desnutrición aguda y necesita tratamiento inmediato”, alerta Jean-Raphaël Poitou, responsable de incidencia para Oriente Próximo de Acción Contra el Hambre. “En los veinte años que llevo en este ámbito, nunca habíamos visto que tantos escombros, bombardeos y víctimas civiles coincidieran sin que la gente pudiera escapar”, denuncia. La guerra contra Gaza ya bate récords. En apenas cinco meses, los ataques han dejado decenas de miles de víctimas y miles más siguen atrapadas bajo los escombros. El asedio ha precipitado una caída hacia la hambruna sin precedentes en tan poco tiempo.

“Comemos semillas de pájaro”

Hanaa Mansour sabe que existe un punto cercano donde reparte comida, pero nunca se atreve a acercarse. “A quienes van a recoger harina o cualquier alimento esencial les disparan o roban, así que es realmente peligroso”, confiesa desde su refugio en el norte de Gaza. “La comida es muy escasa y al ir al mercado, casi no hay nada y, si hay algo disponible, el precio se multiplica por diez”, denuncia. Forma parte de un 64 por ciento de la población que, según Naciones Unidas, solo consume una comida al día. Para sobrevivir, ha tenido que improvisar.

“La gente ha empezado a moler comida de animales o semillas de pájaros para hacer harina y luego hornear pan para sus hijos y familiares”, explica Mansour, que intenta salir de la zona. “Compramos ese tipo de harina, que no es para consumo humano, porque no hay más que hacer y no hay nada más que comer”, añade, señalando que un kilo puede costar entre 30 y 40 dólares. Su plato principal son las malvas, plantas que en Gaza crecen de forma natural en los bordes de carreteras y solares abandonados. A la vez, Hanaa sabe que es afortunada por poder seguir amamantando a su hijo Ghassan. La organización humanitaria Project Hope ha denunciado que una de cada cinco mujeres embarazadas atendidas en su clínica en el centro de Gaza sufre desnutrición. También se ha elevado la cifra de recién nacidos que mueren por inanición.

El mes pasado, ocho relatores de Naciones Unidas acusaron a Israel de “destruir el sistema de alimentos de Gaza y utilizar la comida como arma contra la población palestina”. Poitou, de Acción Contra el Hambre, recuerda que “el uso del hambre como arma de guerra está prohibido por el derecho internacional”. “Si se nos concede acceso, aún podemos salvar a estos niños”, insta. Tras estas voces desesperadas, se pueden discernir los rugidos de Rajaa y Hanaa. También de sus hijos. Hanaa intenta calmarlos con astucia y convicción. “Quien lea esto debe ayudar a cambiar este mundo brutal, esta realidad terrible”, afirma. “Este sueño de terminar alguna vez esta pesadilla tiene que hacerse realidad”

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