El oficio de provocar la risa es extraordinariamente exigente y muchas veces no recibe la gratitud que merece. Sin dejar de reconocer esa realidad, es inevitable admitir lo evidente acerca de uno de los actores cómicos más populares: aunque su mayor éxito comercial provino de la comedia, o quizá precisamente por eso, sus trabajos más reveladores en cuanto a su rango actoral se encuentran cuando se atreve con cine de registro más serio. En películas como Embriagado de amor (2003), donde encarna a un hombre abatido por la depresión y afectado por un trastorno obsesivo-compulsivo, o en The Meyerowitz Stories (2017), donde interpreta a un artista fracasado, o en Diamantes en bruto (2019), inmerso en una frenética huida hacia adelante, Sandler demuestra que puede sostener personajes profundamente humanos incluso lejos de la comedia parental que lo consagró en la pantalla grande.
Hablamos de tres obras destacadas y, teniendo en cuenta que el personaje que Sandler representa en El astronauta dista mucho de lo cómico, y que esa interpretación se gestó bajo la mirada de Johan Renck, el director de una impecable miniserie en su día, Berlina nos permitía esperar grandes cosas para la nueva película, presentada fuera de concurso en la Berlinale. Como se suele decir, equivocarse forma parte de la experiencia humana.
Basada en la novela Spaceman of Bohemia, publicada por Jaroslav Kalfa r en 2017, la historia transcurre en un futuro alternativo donde la República Checa lidera la carrera espacial. El héroe de la nación es Jakub (Sandler), aislado durante seis meses en el interior de una nave situada a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra, investigando una misteriosa nube de polvo cercana a Júpiter que podría ocultar respuestas sobre los secretos del universo. En un punto decisivo, Jakub comprende que el matrimonio que dejó atrás al emprender su misión probablemente se ha desintegrado en cuanto regrese, y a partir de ahí encuentra consuelo en una criatura arácnida que aparece dentro del vehículo y que funciona como espejo de su soledad.
El cine ambientado en el espacio exterior siempre ha estado poblado de criaturas monstruo, pero, hasta donde se sabe, la protagonista de El astronauta no es sólo la primera araña pulpo del grupo sino, más relevante, la primera que funciona como proyección de la soledad y la angustia existencial del personaje principal. Este matiz podría ser la única muestra de originalidad de una película que toma prestados con descaro recursos de ficciones espaciales mucho más logradas sobre hombres perdidos entre las estrellas, como Solaris (1972), Moon (2009), Interestelar (2014) y Ad Astra (2019). A la vez, se llena de borrowings teóricos y escenas que exploran sacrificios en la pareja, traumas parentales que condicionan la paternidad, la carga histórica del antiguo bloque soviético y el sentido del universo, además de un aparato técnico que pretende explicar la transmisión de videoconferencias entre la Tierra y el cosmos. Todo ello, sin embargo, no logra desplegarse con el tiempo suficiente para justificar sus 108 minutos de metraje.
Pero, más allá de estas ambiciones, el gran escollo de El astronauta se manifiesta en la expresión cansina y desganada que Sandler mantiene a lo largo del relato. Más allá de la melancolía de su personaje, esa actitud transmite una sensación de tedio que parece rodear a la película, como si el proyecto entero estuviera atravesado por un cansancio visible en cada escena.
Dos pelis olvidables
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Quizá para asegurarse de que la presencia de Sandler no se desvía ni un ápice del festival, la organización eligió hoy para programar, a la vez, dos títulos que resultan, sin lugar a dudas, de los más olvidables entre las aspirantes al Oso de Oro.
Black Tea, del cineasta maliense Abderrahmane Sissako, transita entre China, Costa de Marfil y Cabo Verde para explorar, con susurros, temas que no quedan claros del todo —mecanismos de atracción, propiedades del té, asimilación cultural, el precio de las maletas— y, en ese tránsito, exige un nivel de cursilería, de amaneramiento y de desesperación por parecerse a In the Mood for Love (2000).
Y Gloria!, la primera película de una cantante pop italiana, Margherita Vicario, que llega a una institución para chicas huérfanas en una Venecia de hace dos siglos, busca reivindicar la solidaridad femenina y el poder liberador de la música. Pero su ejecución exhibe una sofisticación narrativa que podría hallarse en la televisión de Disney Channel, no en una película que aspira a competir en uno de los festivales más prestigiosos del mundo.