Meta evitar pérdida de tracción: análisis sobre la socialdemocracia europea

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El giro a la derecha registrado el pasado domingo en Portugal marca un claro cambio de escenario para la socialdemocracia, aun cuando falta ver cómo se traducirá ese giro en el gobierno del país. Tras la salida del exprimer ministro Antonio Costa y a la expectativa de un posible cambio de color en Lisboa, solo Pedro Sánchez en España y Olaf Scholz en Alemania encabezan gabinetes de izquierda entre los aliados históricos de la Unión Europea. Si se considera el conjunto de los 27, la nueva realidad no es más alentadora para el centroizquierda: solo Eslovaquia, Eslovenia y Malta se unen al club de gobiernos de esta orientación.

El Partido Socialista llegaba a una consulta electoral con una mayoría absoluta, pero los indicios de corrupción que precipitaron la caída de Costa le han pasado factura. Este contexto se dibuja como un anticipo de lo que podría ocurrir en las elecciones al Parlamento Europeo del próximo junio. Las encuestas señalan que la tenencia de la mayoría podría perderse frente a la coalición de la derecha, que ya mostraba una ventaja de varios puntos y escaños en las elecciones de 2019. En este marco, Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE, señala que el PSOE hoy se sitúa por detrás del PP en las encuestas, lo que sugiere un escenario político más competitivo en el corto plazo. Urquizu ha estudiado la trayectoria de la socialdemocracia durante años y ha explorado la tesis de que la crisis no debe entenderse como un colapso, sino como una fase crítica de largo alcance que ha acompañado a la ideología a lo largo de casi dos siglos, alimentando debates sobre su identidad fundamental y su capacidad de respuesta a los nuevos retos.

Expertos como Cesáreo Rodríguez-Aguilera, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona, coinciden en que la crisis tiene múltiples raíces. Una de ellas es la dificultad de adaptarse a un tiempo en el que el marco económico tradicional —ricos frente a pobres, empresarios frente a trabajadores— ya no basta para articular opciones sociales. A partir de la década de los noventa, los elementos identitarios ganan peso y provocan que estos partidos busquen coaliciones. En España, la agenda de las socialdemocracias se ha visto fuertemente ligada a temas de género, juventud y diversidad, tal como han mostrado alianzas políticas similares en otras naciones. Rodríguez-Aguilera recuerda que la década de 1990 marcó un punto de inflexión, cuando la socialdemocracia enfrentó el inicio de una crisis que aún persiste a día de hoy en distintos países. En el ámbito europeo, debates como la postura frente a alianzas con grupos extremistas o la definición de un cordón sanitario para la derecha han generado diversas corrientes internas, y muchos socialdemócratas ven con desánimo la marcha de sus respectivas federaciones. En palabras de Rodríguez-Aguilera, la dirección de la izquierda europea podría parecer más proclive a la defensa de un proyecto social que a su mera defensa institucional, si bien algunos recuerdan que la Europa social no debe darse por perdida.

Tanto Urquizu como Rodríguez-Aguilera subrayan que, pese a las perspectivas desfavorables para los socialdemócratas en las elecciones europeas, la crisis no significa la desaparición de su representatividad. El profesor recuerda que las crisis de estos partidos se han observado a lo largo de la historia y que, a pesar de las turbulencias, las formaciones sociales han mostrado una notable capacidad de adaptación. Señala que los movimientos surgidos como respuestas antagobiernos suelen convertirse con el tiempo en partidos organizados, y que los marcos institucionales obligan a las fuerzas políticas a buscar vías de participación y legitimidad incluso cuando emergen nuevas corrientes. En ese sentido, la experiencia de varios países demuestra que la disyuntiva entre moderación y renovación interna puede definir la trayectoria de la socialdemocracia en las próximas décadas.

Las evaluaciones sobre Francia, Grecia e Italia revelan particularidades singulares. En Francia, la izquierda ha enfrentado tensiones internas que impiden una base sindical consolidada, mientras que en Grecia la caída del PASOK se explica por el desajuste entre la coalición gobernante y las exigencias de la troika durante la crisis. En Italia, el Partido Democrático ha mantenido una fortaleza relativa, pero la presencia de un legado comunista dejó huellas que afectaron la cohesión interna. En cualquier caso, los analistas coinciden en que la supervivencia de estas formaciones pasa por su capacidad para reinventar su discurso y adaptar su estructura a nuevas realidades sociales.

El aviso de los especialistas es claro: la crisis no implica el fin de la representación, sino un periodo de redefinición. Los expertos advierten que, frente a una época de incertidumbres, nadie puede prever con certeza las transformaciones internas necesarias. Lo que sí parece claro es que cualquier movimiento que pretenda superar el sistema tiende a devenir, con el tiempo, en un partido que debe canalizar demandas sociales y mantener límites institucionales que garanticen su estabilidad frente a las fuerzas políticas rivales. Este fenómeno subraya la resiliencia de las formaciones que logren articular una visión de largo plazo, incluso cuando el panorama político parece volátil y cambiante.

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