Tras la muerte este domingo del presidente iraní, Ebrahim Raisí, en un accidente de helicóptero ocurrido en el norte de Irán, el país persa enfrenta un periodo de incertidumbre controlada. En un plazo máximo de 50 días, Irán deberá celebrar elecciones para designar a un nuevo jefe de gobierno y definir quién liderará el ejecutivo durante la siguiente fase de la historia política nacional.
Hasta entonces, el cargo de presidente recae en Mohammad Mojber, hasta ahora vicepresidente primero, quien ha asumido la jefatura tras la aprobación del líder supremo, el ayatolá Alí Jameneí. El traspaso se produce en un contexto de fuerte centralidad de la autoridad religiosa en la toma de decisiones, donde la autoridad política se reparte entre el presidente y el aparato del líder supremo.
Con mucha pena y tristeza, se han expresado palabras de duelo hacia Raisí, descrito como un teólogo diligente y un líder trabajador y competente. Se reconoce que todo lo logrado durante su corta presidencia y antes de ella estuvo marcado por una dedicación constante al servicio del pueblo, del país y del islam. La figura de Raisí, ultraconservadora y a veces criticada por detractores de la República Islámica, fue considerada entre los favoritos para suceder a Jameneí en un eventual periodo de successoridad si la salud del líder cunde la transmisión de poder. Muchos analistas destacan que Raisí contaba con un respaldo fiable dentro de la élite conservadora y que su cercanía ideológica a Jameneí era un rasgo determinante de su ascenso.
“La nación iraní ha perdido un siervo sincero, devoto y invaluable. La ingratitud y el criticismo de unos pocos ingratos no diezmaron sus esfuerzos continuos para conseguir el progreso en nuestro país”, se añadió en una declaración pública. Raisí estuvo al frente de la respuesta policial durante las protestas de 2022 tras la muerte de Ma hsa Amini a manos de la policía moral. Su legado en ese episodio sigue alimentando debates sobre la seguridad, la libertad civil y el equilibrio entre autoridad y derechos ciudadanos.
Consejo transitorio
Raisí no fue, sin embargo, el único fallecido en el siniestro de ese domingo. En el mismo helicóptero viajaban el ministro de Exteriores Hosein Amirabdollahian, el gobernador de la provincia oriental de Azerbaiyán y un alto funcionario del sistema judicial, entre otros. Algunos analistas sostienen que la pérdida de Amirabdollahian podría resonar de manera más profunda en la política exterior y en las relaciones regionales de Irán, dado el papel que desempeña en la conducción de la diplomacia nacional, la coordinación con aliados regionales y la representación de Irán ante foros internacionales.
De hecho, muchos expertos señalan que la muerte de Amirabdollahian podría influir de forma más significativa que la de Raisí en las dinámicas del poder. En Irán, la figura presidencial conserva menos poder ejecutivo de lo que suele esperarse en sistemas democráticos, ya que, en última instancia, la autoridad está muy concentrada en el líder supremo. Esto sitúa a Raisí como un presidente que, según varios analistas, era visto como un ejecutivo leal y confiable para Jameneí, más que como un actor con autonomía plena frente a la cúpula religiosa.
Tras su fallecimiento, se formará un consejo ejecutivo integrado por el presidente interino, Mojber, el presidente del parlamento y el jefe del sistema judicial. Este cuerpo tendrá la tarea de preparar una nueva elección presidencial en un plazo máximo de 50 días, con la expectativa de celebrar los comicios a principios de julio. El gobierno iraní ha asegurado que el proceso transcurrirá sin contratiempos que afecten la administración del país, buscando mantener la estabilidad interna durante la transición. Las autoridades han subrayado la continuidad institucional durante este periodo de cambio.
La muerte de Raisí presenta dos dilemas relevantes para la élite iraní. El primero está relacionado con la eventual sucesión de Jameneí cuando llegue el momento de su retiro, o retiro forzoso, en un sistema donde el líder religioso concentra la autoridad última. El segundo es la falta de un candidato claro dentro de la ultraderecha que pueda consolidar una opción viable para la presidencia en un periodo próximo. Algunos analistas plantean que la ausencia de un competidor fuerte podría dificultar la consolidación de una alternativa estable que cuente con el apoyo suficiente para desafiar a los moderados o a quienes buscan mantener el status quo. En este punto, Nasr advierte sobre posibles dinámicas de consolidación entre sectores conservadores que podrían intentar presentar un candidato cohesionado en el marco de un periodo de incertidumbre. No obstante, con el control prácticamente completo del líder supremo, la lucha por la jefatura del poder podría evolucionar de forma menos encarnizada de lo esperado, al menos hasta la desaparición de Jameneí, cuando las fuerzas políticas aspirarán a definir un relevo más claro.
En resumen, la caída de Raisí y el posterior proceso de designación de un nuevo ejecutivo dibujarán un paisaje político iraní en el que la influencia de Jameneí seguirá siendo decisiva. El periodo de transición promete ser un momento de tanteo entre cocientes de poder, alianzas frágiles y la preparación de un marco electoral que defina, en los próximos años, el rumbo de la República Islámica.