Reescritura de La Inspiración y el Estilo de Juan Benet: Perspectiva contemporánea

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Juan Benet permanece como un referente central de la literatura de calidad en el siglo XX, y no es el único. En su propia evaluación, fue un caso excepcional. Su formación de ingeniero le permitió vivir sin depender de la escritura para ganarse la vida, y su personalidad irascible, junto con su batalla contra los gustos literarios de su época y su firme empeño en imponer un estilo propio, le otorgaron esa singular posición de enfant terrible dentro de las letras españolas.

Antes de iniciar formalmente su trayectoria literaria, cuando apenas había publicado la novela Nunca llegarás a nada, Benet escribió y publicó lo que sería su canon literario y su carta de presentación: La inspiración y el estilo. Desde su primera edición en 1965 hasta hoy, ese volumen ha ocupado un lugar central y ha sido objeto de reediciones constantes. La inspiración y el estilo se ofrece hoy en una edición ágil y práctica para facilitar la lectura, en un formato contemporáneo que continúa ampliando su alcance.

La inspiración y el estilo propone un verdadero programa literario, un mapa de lo que Benet proponía aportar a las letras españolas en los años siguientes. Como diría su cercana amiga Carmen Martín Gaite, fue “su carta de presentación y declaración de principios para navegar el mundo de la literatura”.

Por ello, La inspiración y el estilo representa un programa literario completo, un proyecto con condiciones claras mediante las cuales Benet aspiraba a convertirse en el “nuevo Faulkner” de la literatura española.

La inspiración y el estilo es también la defensa radical de la única religión que Benet reconoce: el estilo, y específicamente su propio estilo, como la necesidad de este ensayo. Frente a esa premisa, Benet critica con dureza a la otra protagonista de este texto: la inspiración. Para él, la inspiración no es más que un soplo divino, un estado de gracia o un regalo del cielo. “La mercancía que suministra la inspiración suele ser breve, circunstancial y, en muchos casos, incompleta; la inspiración quizá sea ese gesto de la voluntad más distante de la conciencia”.

Frente a ello solo existe el estilo. “Estoy convencido de que una obra no puede apoyarse en otro abogado defensor que sus valores literarios, su estilo. Nunca se dejará de leer Moby Dick porque lo que Melville expresó sobre el tema no dejará de interesar gracias a la forma en que lo dijo. Por lo tanto, uno de los grandes temas del problema del estilo es que lo literario solo puede sostenerse por el estilo y nunca por el asunto”.

Y abundó en esa defensa. “Ninguna barrera puede prevalecer contra el estilo, pues se trata del esfuerzo del escritor por romper un cerco más estrecho, permanente y riguroso: el que impone la realidad.” Si el escritor no cuenta con una herramienta para dominarla, se ve acosado por ella; pero un día el cerco se perfora y la realidad se vuelve aliada. “¿Qué barreras pueden prevalecer contra un hombre que, a partir de entonces, sera capaz de inventar la realidad?”.

Sus gustos temáticos se destilan en la conciencia de una imperfección del mundo y ahí extrae el material para sus relatos, para guiar sus pasos —también citado de Martín Gaite— en esa dirección donde el arte se extiende por una confusión de territorios vagos que reclaman un orden creativo.

Arremete sin piedad contra el realismo costumbrista y, en ese marco, reúne a toda la literatura española de los tres siglos anteriores y desacredita lo escrito desde Cervantes. “No percibo en el horizonte de nuestras letras a ningún Schiller, Milton, Kleist, ni Stendhal ni Tolstoi, hombres que, cualquiera que sea su estatura artística, aparecen siempre integrados en una sociedad y vinculados a una aventura colectiva de la que extrajeron la mejor inspiración para cantar lo que merecía un verdadero respeto”. “No soy capaz de descubrir en el artista español del siglo XVI en adelante una absoluta afinidad con su país”.

En contraste, se observa un desfile interminable de figuras que se ocultan, maestros del sarcasmo y de la desilusión, maestros incomparables de la metáfora o de la elipsis. En sus manos, el gran estilo —y la tradición clásica— no cumplió otra función que desviar el resentimiento hacia el Estado y transformarlo, mediante el menosprecio, en una actitud estética.

Critica que el escritor español del siglo XVI en adelante se aparta del grand style para regocijarse con las delicias del costumbrismo, un giro que, en su visión, ha marcado el rumbo de buena parte de la literatura reciente. La desaparición de ese gran estilo ha contribuido a que la prosa española, a partir de un momento histórico concreto, se vea reducida a escenarios que parecen vacíos de dignidad y seriedad. Su propuesta era rescatar la grandeza de la prosa y dotarla de una dignidad que, según denuncia, había perdido peso en los siglos XVIII y posteriores.

El Grand Style se presenta como una expresión única, aplicable tanto a lo divino como a lo humano, a la traición, al amor materno y al martirio. La referencia es una escala que permite hablar a un pastor y a un rey en un mismo idioma, sin que ninguno de los dos necesite abandonar su posición para entenderse. Esa es la medida a la que aspiraba la crítica de Benet, un estándar para que la literatura recupere una conversación universal.

Ya casi sesenta años después de la publicación de La inspiración y el estilo, sus juicios siguen vigentes y, sobre todo, la defensa de su canon literario persiste. Un canon que ha sido seguido por grandes autores que han logrado ese reconocimiento: la valoración de una obra se define por la forma de contarla. Lo que hace inmortal un relato no es solo el contenido, sino la manera de contar la historia, la voz que lo transforma y lo sostiene a lo largo del tiempo [crédito: ensayo de Benet].

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