Manderley y Cumbres Borrascosas, dos de las mansiones literarias más famosas de mi memoria, se cruzaron en mis recuerdos durante mucho tiempo sin saber muy bien por qué; hasta esa frase mítica de la esposa del señor de Winter en la película de Hitchcock, Rebeca (1940), parecía poder haber sido pronunciada por Catherine Earnshaw al evocar Anoche soñé que volvía a Cumbres Borrascosas, con la misma sensación de pérdida que entrelaza ambas obras. Unas asociaciones que parecen nacidas de la imaginación y que, quizá, no conducen a nada concreto, solo a ecos que regresan de vez en cuando.
Esta semana, con motivo del inicio del taller de redacción de historia de la literatura española que empezará en la Sede Universitaria de Elda UA, centrado en el Romanticismo para su primera sesión, la he rescatado de la estantería y la he releído de nuevo. Con esa acción vuelven también los recuerdos de los momentos vividos con esta novela.
Tenía unos doce años cuando el profesor de lengua de séptimo de EGB nos dijo que leyéramos la novela que quisiéramos y que luego se la contáramos por carta durante las vacaciones de Pascua. Sí, un profesor nos daba su dirección particular y permitía elegir la lectura como parte de una enseñanza que, a su modo, resultaba sorprendente. En principio no sabía qué leer, así que, mirando los libros de casa, llamó mi atención un lomo blanco con el título Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, publicado en 1847. Lo retiré de la estantería y vi una portada con una imagen ovalada: una casa solariega bajo un cielo amenazante, con las ramas de un árbol que parecían aferrarse a la página. Y pensé: “Esta debe ser de misterio”.
Y, claro, misterio… pero no el que yo imaginaba. Era un melodrama intenso en el que uno se pierde entre los personajes y de donde se extraen conclusiones simples: había alguien muy malo llamado Heathcliff, mucho sufrimiento y unas relaciones amorosas que aún no comprendía; moriría mucha gente, pero, aun así, no terminaba del todo mal. Más adelante, ya en la universidad, la leí en contexto como novela romántica del siglo XIX y casi lo entendí todo. Pasaron más de cuarenta años hasta que volví a Cumbres Borrascosas y pude entenderla en su plena complejidad, recordando a ese muchacho de doce años que intentaba entender una narración densa, en un mundo nuevo y con una historia condensada en relaciones repetidas. Esta semana regresó ese muchacho, con mayor disfrute y una melancolía que encaja con la propia novela.
La novela se cuenta mediante una estructura innovadora para su época, con tres narradores testigos de la acción: el inquilino Lockwood y dos criadas, la señora Dean y Zillah. Cada tramo de narración parece albergar a la siguiente, como si las voces se encadenaran para construir una visión completa. La trama se extiende a lo largo de más de treinta años y, a través del amor como hilo conductor, relata la historia de tres generaciones de dos familias: los Earnshaw, en Cumbres Borrascosas, y los Linton, en las Granja de los Tordos. El ambiente, en consonancia con la llamada falacia patética, es cerrado y opresivo, rodeado de páramos hostiles y desolados que rodean el paisaje de Yorkshire, en el norte de Inglaterra. El motor de la narración es la creación de Heathcliff, un niño que llega a la casa adoptado y que se convertirá en una figura cargada de maldad, según se dice: «Solo es hombre en apariencia. En lo demás es un demonio». Su vida se determina por el desprecio recibido y por un amor obsesivo hacia Catherine Earnshaw, que se repite como un eco trágico: «¡Oh! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!».
¿Y por qué vale la pena leer esta novela? Porque ofrece una lectura pausada y profunda de una gran densidad literaria. Presenta, por un lado, los sentimientos humanos más básicos y, por otro, el triunfo del amor romántico incluso ante la muerte. Esa combinación es tan poderosa que puede aclarar cualquier confusión adolescente; y, a cualquier edad, es posible pensar, soñar o leer que uno vuelve a Manderley o a Cumbres Borrascosas, dejándose llevar por la emoción y la reflexión que promete la obra.