Revisión de un ensayo sobre la inmortalidad y el tiempo

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El narrador siempre llevó la sensación de llegar tarde a su propio tiempo, como alguien que aparece en una fiesta cuando los músicos ya han tocado la última canción y las bandejas están vacías, los vasos derribados y dos borrachos tambaleándose entre los charcos. En realidad, parece que solo ha sido puntual en sus combates y demasiado temprano en sus derrotas, en sus catástrofes continuas y en sus pesares. Tuvo durante mucho tiempo la sensación sombría de no estar transitando su tiempo; por un error terrible de cálculo o por desventura, parecía llegar tarde a su vida.

En los últimos años llegan de vez en cuando informaciones que despiertan esa angustia que lo atenaza y confirman la certeza de que todo aquello no era producto de su pesimismo natural. Esta madrugada densa, cargada de calor, en la que ni los pájaros se atreven a cantar al sol por miedo, ha mostrado en las noticias que con una inyección mensual unos científicos, entre ellos algunos españoles, han logrado prolongar la vida de ratones en un veinticinco por ciento. Si ese resultado se repitiese en humanos, la esperanza de vida podría subir notablemente. Más allá de las cifras, este experimento parece abrir las puertas a una idea ancestral para la humanidad, la posibilidad de la inmortalidad.

Ya se viene hablando de ello desde hace tiempo, y parece cada vez más real que la humanidad podría acercarse a una inmortalidad compartida por muchas generaciones. Hace algunos años apareció un titular que estremeció a muchos: una persona ya no moriría. Ese titular invitó a pensar, y aunque el lector no sea experto en números, se dio cuenta de que quizá su generación podría convertirse en la última en morir, lo cual resulta una broma de mal gusto para quien escucha ese tipo de pronósticos.

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En un poema antiguo pero de vigencia contemporánea se decía que pronto nadie moriría. Un amanecer periodístico describía la vida como un estado constante de juventud alimentada por pastillas, y que algún día alguien pasaría a la historia por ser el último hombre fallecido, ya fuera por haber llegado tarde a lo eterno o por estar temprano a la nada. Esa frase resuena como una pregunta indecisa sobre el destino de quien queda para atestiguar el paso del tiempo y hereda un reloj que parece no detenerse nunca.

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