Mitch McConnell, el veterano líder republicano en el Senado de Estados Unidos, conocido por su prolongada influencia dentro del Partido Republicano y su dominio institucional, anunció este miércoles que dejará la posición en noviembre.
El anuncio, hecho en un discurso ante la Cámara Alta, llega tras recientes episodios que han puesto en relieve la fragilidad de su estado de salud, pues el político cumplió 82 años la pasada semana. En los últimos meses ha sufrido al menos una caída y una conmoción cerebral, y en dos ruedas de prensa se quedó paralizado mientras hablaba.
Su despedida, en la que afirmó que “es hora para una nueva generación de liderazgo”, puede leerse también como la señal de un giro en el poder dentro del partido. Refleja, además, la evolución de una fuerza que ha estado marcada por la influencia de figuras como Donald Trump, con quien McConnell ha chocado desde el asalto al Capitolio hasta diferencias en política exterior. Trump había dejado claro que deseaba ver fuera del cargo al líder de la actual minoría en el Senado, y abrió el camino a que sus aliados en la Cámara elevasen el tono de las críticas. Este miércoles obtuvo lo que buscaba.
Artífice del ala conservadora
El peso de McConnell en el Partido Republicano y en la política de Estados Unidos, que inició su trayectoria en el Senado en 1985 durante la era de Ronald Reagan, ascendió a su liderazgo en 2006 y le convirtió en el líder más longevo de los conservadores en la Cámara. Su impacto no puede ser minimizado.
Sin él no se habrían logrado innumerables recortes de impuestos. También se le atribuye un papel decisivo para consolidar un giro conservador en la judicatura federal y, de manera trascendental, para la actual abrumadora mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, objetivo que había perseguido durante décadas.
En las elecciones de 2014, McConnell cumplió su objetivo de liderar la Cámara cuando los republicanos tomaron la mayoría. Durante 2016, bloqueó la nominación de Merrick Garland para el Alto Tribunal, argumentando que no debía votarse en año electoral. Esa estrategia facilitó que Trump pudiera nombrar al menos tres magistrados durante su mandato. Por el contrario, McConnell aceptó la confirmación de Amy Coney Barrett, nominado por Trump con apenas semanas para las presidenciales, siguiendo las tácticas que él mismo dirigió. Ese Supremo ha tomado decisiones como la derogación de la protección constitucional al derecho al aborto.
Choques con Trump
Durante la era de Trump, McConnell fue, en la práctica, un aliado de la agenda del presidente. No obstante, tras el asalto al Capitolio, pronunció un duro discurso en el Senado responsabilizando al mandatario de la insurrección, y luego votó para absolverlo en su segundo juicio político, argumentando que el sistema de justicia penal era el ámbito adecuado para rendir cuentas. En una de sus maniobras políticas, dijo después de la votación que no había duda de la responsabilidad moral y práctica del presidente en los hechos ocurridos.
Conocido por su astucia táctica y su capacidad de recaudación, McConnell ha logrado contener, por ahora, la vertiente más pro Trump dentro del Senado, aunque su influencia ha ido perdiendo fuelle ante la deriva trumpista y el aislacionismo en la política del Partido. Aun así, consiguió que 22 votos republicanos respaldaran el último paquete de ayuda a Ucrania, aunque la implementación legislativa quedó bloqueada en la Cámara de Representantes.
Por ahora, McConnell no ha ofrecido respaldo público a Trump en su carrera por la nominación presidencial republicana para noviembre. En su discurso de despedida, no se identificó con la versión actual del Partido Republicano, sino con aquella visión de Reagan que describía a Estados Unidos como “la ciudad sobre la colina” que sirve de faro para el mundo.
“Aún me queda suficiente combustible para provocar la sorpresa en mis críticos, y tengo la intención de hacerlo con el mismo entusiasmo con el que se han acostumbrado a verlos fallar”, añadió en su discurso.