La supermodelo australiana Elle Macpherson (60 años) acaba de revelar que ha sufrido un cáncer de mama y que ha rechazado someterse a un tratamiento de quimioterapia, pese a la recomendación de 32 médicos. Me imagino al oncólogo número 28 consultado mirándose el historial de la antigua maniquí, con todas las pruebas y diagnósticos de sus 27 colegas precedentes, y echando mano de toda la paciencia inherente al juramento hipocrático para volver a darle el mismo consejo que ella descartará. Problemas del primer mundo. Hay mujeres que no se exploran por falta de cultura del autocuidado, hay mujeres en listas de espera para la mamografía, mujeres que viven demasiado lejos de un hospital, otras que no pueden pagar una cobertura sanitaria. Hay mujeres enfermas y agotadas en todos los estadios del mal que sufren, que tiran adelante, se agarran a la esperanza y confían en el conocimiento que ha salvado millones de vidas; otras por desgracia no. Y luego está la millonaria de turno que después de marear a todos los especialistas de un continente elige «un enfoque intuitivo, holístico y guiado por el corazón», que es una forma de llamar a la terapia chiripitifláutica que le haya vendido el pseudocientífico de turno. Asegura que le resultó muy difícil tomar la decisión de «decirle no a las soluciones médicas estándar» para seguir a sus pálpitos, y que su enfermedad está en remisión clínica, si bien no ha revelado si se sometió a una cirugía o qué clase de tumor tenía. Amigas, no seáis como Elle. En el cénit de su carrera por las pasarelas, una profesión bastante peleada con lo que entendemos por una vida saludable, la llamaban «El cuerpo». Pero podrían haberla llamado «El cerebro». Durante muchos años disfrutó de una casa impresionante en Ibiza, tan abierta y volcada en el Mediterráneo que hacía imposible cualquier clase de privacidad. Así, con el objetivo de estropearles el negocio a los paparazzis, utilizaba durante todo su veraneo el mismo gran sombrero y el mismo bikini, para que todas las fotografías fuesen tan parecidas que las revistas las acabaran rechazando. Ahora Macpherson, «El cerebro», ha escrito sus memorias y ha lanzado un mensaje venenoso sobre terapias alternativas como gancho para venderlas. No le compremos ni el negacionismo ni el libro. Su cura magufa nos puede quedar tan rematadamente mal como sus pantalones de la talla 34.
En el otro lado de la balanza, la princesa de Gales, Kate Middleton, (42 años) acaba de anunciar en un vídeo que ha terminado el tratamiento para el cáncer que sufre, del que no ha trascendido a qué órgano afecta. Es la segunda vez que la futura reina de Inglaterra expone públicamente su estado de salud, primero para confirmar su enfermedad y asegurar que se ponía en manos de los médicos, y luego para detallar que ha recibido por fin un diagnóstico alentador, aunque sin curación absoluta de momento. Ha hablado de la «aguas turbulentas» de su mal, «complejas, aterradoras e impredecibles» y se ha acordado de las miles de personas que se encuentran en su misma situación. Uno de ellos es su propio suegro, Carlos III (75), que hace un par de años nombró jefe médico de la Casa Real británica a un defensor de la «medicina alternativa» llamado Michael Dixon, ya conocido como el «curandero real». El rey, alejado todavía de sus funciones por un cáncer de próstata del que fue intervenido y está siendo tratado, dio buenas noticias sobre su recuperación hace unos días por boca de su esposa Camilla, que no de su homeópata. En el transcurso de la visita a un centro oncológico de primer nivel, para que no haya dudas.
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Source: Informacion
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