Cuando el mundo cristiano todavía celebraba el domingo de Resurrección, el triunfo de Cristo sobre la muerte, fallecía el papa Francisco. Acababa así un pontificado de doce años que dejará una huella profunda en el Vaticano y en las vidas de los mil millones de personas que se definen como católicas.
Llegado desde Argentina, Francisco fue el primer papa no europeo y el primero jesuita, una doble característica que le definía, pues no en vano los jesuitas han tomado siempre en América la defensa de los más débiles y desposeídos. Lo hicieron con las reducciones del siglo XVIII en Argentina y Paraguay, y lo repitieron en el siglo XX con la Teología de la Liberación. Francisco ha sido, por ello, un papa ‘modernizador’, después de los conservadores Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Hombre humilde, con aire de párroco cercano que nunca le abandonó, rechazó desde el primer momento los lujos vaticanos para optar por la residencia de Santa Marta, mientras asombraba a los romanos con sus salidas en un pequeño Ford Focus o por su insistencia en pagar las facturas. Su austeridad se revela también en la elección del nombre, pues no en vano San Francisco se caracterizó por dedicar su vida a los más pobres.
En su último discurso antes los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado mes de enero, habló de “diplomacia de la esperanza” para hacer frente a la desaparición del orden multilateral que ha regido el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que el propio Papa consideraba desfasado, que no correspondía a las necesidades del siglo XXI y que debía ser reformado. En ese discurso recordó con amargura las guerras de Ucrania y de Gaza, así como a otras en Mozambique, Sudán, el Sahel, Congo o Myanmar y se refirió a la necesidad de respetar el derecho humanitario, cuya constante violación las hace aún más intolerables. En ese mismo discurso, se manifestó en contra de la pena de muerte.
Pero si hubo un ‘leitmotiv’ de su pontificado fue la defensa de los más desposeídos y en particular de los migrantes, lo que le llevó a hacer el primer viaje oficial a la isla de Lampedusa y a criticar la política de Donald Trump por elevar muros en lugar de tender puentes. Hasta el final de sus días tuvo a los inmigrantes en el centro de su pensamiento, al igual que defendía la salud del planeta y de sus ecosistemas amenazados por el cambio climático.
Francisco tuvo que hacer frente a serios problemas que se vienen incubando desde hace tiempo en el seno de la Iglesia: en la pugna entre centralismo y descentralización optó claramente por esta última, concediendo más autonomía a los sínodos episcopales; actuó también con firmeza -tras algunas dudas iniciales- frente a los casos de abusos y pederastia, que tanto daño han hecho a la Iglesia; fue más ambiguo en la defensa de los derechos de la comunidad LGTBI, sin llegar a permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo pero sin juzgarlos tampoco negativamente. Y se limitó a hacer gestos, como el nombramiento de una mujer como gobernadora del Estado Vaticano sin llegar a permitirle el sacerdocio, igual que tampoco ha tocado el celibato sacerdotal.
Son cuestiones que quedan para el próximo o próximos papas, porque el Vaticano no funciona con el criterio de los cuatro años que duran nuestras legislaturas, que es cuando hay que rendir cuentas. El Vaticano sabe que las necesidades de la Iglesia no son las mismas en África o América Latina que en Europa, y actúa sin prisas y con criterios de globalidad y de eternidad, pues llevan dos mil años con esa fórmula y no les ha ido nada mal. En todo caso, el rumbo futuro de la Iglesia lo decidirá el futuro cónclave, donde 4/5 de los cardenales con voto (menores de ochenta años) han sido nombrados por Francisco. No sé qué decidirán pero creo que el dominio italiano y europeo de la curia ha terminado. Ellos dirán si es o no el comienzo de una revolución.
Sobre su influencia en el mundo, basta saber que, solo en 2024, el pequeño Estado del Vaticano recibió a más de treinta jefes de Estado o de Gobierno. Ningún otro país le iguala. Esa es la influencia del Papa y no la de las divisiones por las que preguntaba Stalin, que no se había enterado de nada.
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Source: Informacion

Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.