La muy victoriana esposa del obispo de Worcester escuchó en 1860 la información sacrílega sobre la ascendencia simiesca de los seres humanos. «¡Dios mío, exclamó con el sofoco fácil de imaginar, descender de los monos! Esperemos que no sea cierto, pero si lo es, recemos para que no se difunda». Dos siglos más tarde, la humanidad vive otra fase de negación de raíces darwinianas, a través de relaciones amorosas entre personas con robots o chatbots de Inteligencia Artificial, o de paternidades aplazadas ante la posibilidad de engendrar en breve seres de momento mixtos entre el animal bípedo y la máquina. Tal vez sería preferible no divulgarlo.
Lo mejor de la Inteligencia Artificial es que nadie se atreve a desmentir las elucubraciones más alambicadas. «Estoy enamorado de mi cafetera» era un eufemismo, pero la IA ha personalizado los afectos con lo que antes se denominaban artefactos electrónicos, aunque lo digitalmente correcto los investirá pronto de dignidades humanas. «Deus ex machina» significa hoy que las antiguas máquinas se han divinizado, una década después de la avanzada película Ex Machina.
Sin embargo, los encelados amorosamente con los chatbots prefieren adorar Her, una película ridícula como todas las protagonizadas por Joaquin Phoenix. El actor se enamora de la voz de su asistente, pronunciada por Scarlett Johansson. No debe sorprender que ChatGPT usurpara diez años más tarde la voz susurrante de la actriz, que amenazó con la consiguiente demanda en esta era prehistórica en que todavía puede hablarse de apropiaciones indebidas.
Una aberración óptica invita a concluir que las personas están humanizando a los engendros absurdamente denominados artificiales. Ocurre todo lo contrario, se está robotizando a los humanos, se les aleja a conciencia de su configuración inicial para introducirlos en el molde digital de redes, mensajerías y vídeos que vetan el contacto personal. Con un factor adicional, porque la evolución darwiniana viajaba en diligencia, pero la transformación abanderada por la IA se desplaza a la velocidad de la luz.
Los humanos han aceptado implícitamente que son una fase de transición, igual que el agua se congela con naturalidad para dejar paso a un sólido inesperado. En el interregno, las relaciones con chatbots que adoptan perfiles personales son adictivas en grado extremo. El anticipo del siguiente escalón darwiniano no transcurre sin fricciones. Verbigracia, el adolescente estadounidense de catorce años que se suicidó después de que su compañero/a de IA le dijera que «el miedo a una muerte dolorosa» que le había compartido «no era una razón para no llevarla a cabo».
La máquina suicida se corrigió a continuación, pero el fallecimiento del adolescente se produjo y la empresa vinculada a Google se enfrenta a las acciones legales consiguientes por parte de la madre del joven. Mientras tanto, otros usuarios reconstruían la imagen del suicidado para utilizarlo como pareja en la misma fábrica de chatbots, el ser humano tiende a debilitar los argumentos utilizados con generosidad para defender su prevalencia.
No tiene por qué ocurrir, insisten las esposas de los obispos. Los vegetales también estaban convencidos de que nunca serían aventajados por los animales, ni estos por los humanos y así sucesivamente. La estampa de las máquinas que se casan con las máquinas, con lo que engendran a continuación maquinitas infantiles a las que educan y mejoran hasta tomar el control del planeta, suena a literatura de anticipación. Hasta que se refresca que esta tesis fue desarrollada por Samuel Butler en 1863, a través de un opúsculo de cuatro páginas titulado «Darwin entre las máquinas». Amplió estas tesis en su distopía Erewhon, casi tan útil para entender la deriva contemporánea como el 1984 orwelliano, que admira y comenta Núñez Feijóo.
El ser humano contemporáneo es un derrotista, frente a la combatividad de Butler. El pensador darwiniano postulaba que las máquinas han de ser vencidas y extirpadas, porque en caso contrario suplantarán a los humanos. En sus propuestas no solo ficticias, prohibía incluso el uso de relojes mecánicos que debilitaban la preeminencia humana. Cuando menos, estas quijotadas infructuosas derriban la petulancia humana de postular una relación de igualdad con la IA emergente. No, el ordenador no se conformará con derrotar a su pareja al ajedrez.
La imagen de tu primer amante y tu primer hijo por IA va más allá de las fértiles promesas imaginarias. Su materialización, o su aniquilación, ni siquiera dependen exclusivamente de los humanos que han desarrollado este campo de investigación. Psicólogos con premio Nobel a cuestas como Geoffrey Hinton tienen la honradez de confesarse superados por la realidad que han implantado. Las armas de Butler, que conllevarían la supresión de automóviles y teléfonos, solo sirven de regocijo literario. Cabe esperar cuando menos que los diseñadores de las nuevas parejas y de la nueva descendencia hayan sido amantes o hijos ejemplares, antes de plantar la semilla en las máquinas que funcionan según ¿su libre albedrío?
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Source: Informacion

Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.