Estoy enganchada a Shetland. Me he visto siete temporadas, incluso tras la desaparición de su protagonista, el buenazo del detective Jimmy Pérez, que andará en otros proyectos, el pobre. La serie peca de monótona pero te atrapa precisamente en esa monotonía por dos elementos recurrentes: el paisaje sombrío de las agrestes islas escocesas y la construcción de la trama: encuentran un fallecido en extrañas circunstancias y el inspector Pérez y sus dos ayudantes van indagando entre los vecinos hasta detener al culpable. Exactamente al final del último episodio sin que nunca se diera el caso de que pudieras dar con él antes. No del todo. Porque nadie está libre de dudas ni es completamente sospechoso. He aquí el secreto de un malo bueno. Uno que fanfarroneara sus maldades desde el inicio no mantendría el interés.
Quizá por eso llama la atención la realidad, tan plagada de villanos que el cine descartaría. Pongamos por ejemplo algunas de las últimas declaraciones del reelecto Donald Trump. Pintado de naranja pero de esmoquin en la cena del Comité Nacional Republicano del Congreso, apenas a horas de que entraran en vigor los aranceles: «Les digo que todos estos países me están llamando, me están besando el culo. Se mueren por llegar a un acuerdo: ‘Por favor, por favor, señor, haga un trato. Haré lo que sea. ¡Haré lo que sea, señor!’», mofándose del desasosiego al que ha volcado al mundo.
Y hablando de un tema tan desagradable como el culo de Trump, tardó poco en recular de su «Día de la Liberación» -como calificó a la implantación de los aranceles- tras ver desaparecer billones de dólares de la bolsa estadounidense y generar temores de una recesión mundial, que incluían el bolsillo de los magnates que le han comprado la silla. ¿Quería trascendencia? Toma dos cucharadas. A menos de cien días de mandato, miles de manifestantes llenando 1.400 ciudades de EE UU en protestas contra Trump bajo el lema «¡Las manos fuera!».
Hagamos una pausa de la vileza para dejar entrar al héroe -porque sí, la realidad, como el cine, está plagada de héroes- : «Perdóname, mamá… este es el camino que elegí para ayudar a la gente». Estas fueron las últimas palabras -o casi- del paramédico palestino Rifaat Radwan la madrugada del 23 de marzo en el sur de la franja de Gaza. Las últimas fueron «El ejército ha llegado», cortadas por una ráfaga de disparos de más de cinco minutos que acabó con Radwan y sus catorce compañeros de protección civil y Media Luna Roja.
Se encontró el vídeo en su teléfono, enterrado junto a sus cuerpos en una fosa común donde el ejército israelí había tratado de encubrir su crimen. Pero el testimonio póstumo del héroe sirvió para desdecir la versión ofrecida por Israel, de que sus fuerzas abrieron fuego al observar que se acercaban vehículos sospechosos, sin luces de emergencia y que en ellos se encontraban «un miembro del ala militar de Hamás y ocho agentes pertenecientes a la Jihad Islámica». Todos los vehículos del convoy, ambulancias y coche de bomberos llevaban sus luces de emergencia y estaban claramente identificados, así como todo el personal humanitario.
Lo cual me devuelve a algunos de los malos, por lo redundantes, y es que la misma semana que tenía lugar el hallazgo de los cadáveres y el teléfono, Trump se reunía por segunda vez en la Casa Blanca con Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí sobre el que el pesa una orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional (CPI) al considerarlo penalmente responsable de presuntos crímenes de guerra y de lesa humanidad en Gaza.
Pero Trump, el mismo Trump que anunciaba en noviembre del año pasado, antes de ocupar la silla, que acabaría con la guerra de Ucrania y Gaza en 24 horas, salía en su comparecencia junto al primer ministro Netanyahu, no con su bandera de mediador, no con su esmoquin de monologuista, sino con el traje de vendedor de Tecnocasa: «Saben lo que pienso sobre la Franja de Gaza. Creo que es un increíble e importante terreno inmobiliario. Y creo que es algo en lo que nos involucraríamos. Tener una fuerza de paz como la estadounidense controlando y apropiándose de la Franja de Gaza sería algo positivo». Gaza, ese lugar de playa «fantástico donde nadie quiere vivir» abogando por «trasladar a los palestinos a diferentes países» y crear así una «zona libre». Porque la «libertad», como habrán observado, es una palabra en la que se escudan los malos malos.
La «libertad» de aplicar aranceles del 124%, la de apropiarse un territorio ya ocupado ilegalmente por Israel desde 1967, la de la deportación forzada de 2,1 millones de personas… Pero, tras tantas violaciones del derecho internacional, ¿alguien lo considera una fanfarronada de villano poco creíble?
Por eso, ¡ojalá! El CPI, la ONU, EE UU, UE… o el mismísimo Jimmy Pérez hagan algo para detenerlos de una vez.
«Habrá que creer, habrá que creer en Cristo, en la paz o en Fidel. Habrá que creer, habrá que creer en algo o en alguien tal vez». Alejandro Filio.
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Source: Informacion

Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.