Antes caían en cuentagotas, de forma puntual, pero en los últimos tiempos han crecido de forma exponencial, hasta convertirse en un arma política. Se trata de las medias verdades, los bulos o, directamente, las mentiras. Un fenómeno que se vivió con especial intensidad coincidiendo con los atentados del 11-M, pero que ha ido yendo a más hasta alcanzar su cénit con motivo de la dana que asoló el pasado mes de octubre buena parte de la provincia de Valencia. ¿La razón? Los expertos coinciden a la hora de señalar que esta escalada tiene mucho que ver con la enorme capacidad que tienen las redes sociales para llegar a la población, escapando de los filtros y el trabajo de verificación de los medios de comunicación tradicionales. Aunque también advierten de que esta práctica política basada en la desinformación tiene sus riesgos, sobre la base de que los ciudadanos no suelen perdonar los engaños cuando los descubren.
La sociedad está asistiendo atónita a todo lo que está pasando en el ámbito político a raíz del temporal acaecido en Valencia. Tanto el Gobierno central como el autonómico se cruzan prácticamente a diario acusaciones mutuas de estar mintiendo. Mientras el Ejecutivo estatal, así como los grupos de la oposición en las Cortes, atribuyen al presidente de la Generalitat Carlos Mazón la difusión de continuas falsedades por sus cambios de versión respecto a lo que hizo el día de la dana, el jefe del Consell asegura que son sus adversarios políticos los que mienten sobre su paradero o sobre si estaba incomunicado.
«Seguimos al líder en el Quei confiamos, Comprando El Mensaje Que Nos Gusta Oír»
Mazón, de hecho, llegó a acusar durante un desayuno informativo celebrado esta semana en Madrid a la izquierda de haber intentado obtener réditos políticos ya en el pasado de cuestiones como los atentados del 11-M, el Prestige o la pandemia. Tres asuntos que, precisamente, se vieron rodeados por la mentira y la desinformación. Pero si bien este arma se había utilizado en el pasado en momentos puntuales de crisis, lo cierto es que se ha ido instalando de forma paulatina en el ámbito político hasta llegar a estar presente en el día a día en la actualidad.
Inherente
A la hora de explicar los motivos, Irene Belmonte, vicedecana en Ciencias Políticas y Gestión Pública de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, señala que «la desinformación ha estado presente de forma inherente en el ser humano a lo largo de la historia. Ya lo vimos en el 11- M. Pero resulta evidente que ha ido a más, porque hay más capacidad y rapidez de difusión a través de instrumentos cono las redes sociales».
Y profundiza en este aspecto para señalar que «antes la verificación era más fácil, pero ahora todo es más confuso y resulta más complicado. Los datos se pueden manipular con mayor facilidad». Una manipulación que, apunta Belmonte, «busca captar adeptos atacando al que ya no es el adversario político, sino el enemigo. Y eso pasa con mayor intensidad porque estamos en un momento de polarización muy fuerte».
Esta práctica, añade la experta, la compra en gran parte la ciudadanía. «La polarización de la que hablo hace que sigamos al líder en el que confiamos, comprando el mensaje que nos gusta oír. De hecho, se le presta más atención a lo mal que lo hacen los del partido de enfrente que a lo bien que lo hacen los nuestros».
En parecidos términos se expresa Irene Ramos, profesora y doctora en Sociología por la Universidad de Alicante (UA), quien señala que «la ciudadanía se encuentra como adormecida, anestesiada, y eso ha propiciado que se haya acostumbrado a que los partidos incumplan sus promesas sin asumir las consecuencias».
«La ciudadanía está anestesiada y adormecida, y eso propicia que las falsedades calen mejor»
Ese estado en el que se encuentra la población es lo que, en opinión de Ramos, favorece que las falsedades calen mejor a través de las redes sociales, donde, remarca, «hay un sesgo brutal. De hecho, y por poner un ejemplo, en los últimos días se ha matado al Papa unas 3.000 veces». Pero no solo las redes son un medio para difundir infundios. También, indica la profesora, medios de comunicación que no cumplen de forma adecuada con su labor. «En la televisión -advierte- hay muy poca opinión real independiente. Debería regularse de alguna forma».
Jóvenes
Todo ello es un caldo de cultivo para que las mentiras calen, aunque señala que, al contrario de lo que se pudiera pensar, son los jóvenes los que menos se las acaban tragando. «Ellos están más acostumbrados a manejarse en estos medios y saben identificar antes una ‘fake news’», argumenta.
Por su parte, el politólogo David Sabater no duda a la hora de señalar que «los falsos argumentos y la falacia se utilizan porque se puede». Y lo atribuye a dos factores principales. En primer lugar, a lo que él llama «desintermediación». Según sus palabras, «antes los políticos tenían que pasar por los medios tradicionales para llegar al gran público. Sin embargo, ahora, a través de un sistema mediático propio o plataformas afines, logran difundir información de forma masiva sin contrastar, logrando un gran impacto en miles de personas». El otro factor, explica, es el de la desjerarquización. «Hasta no hace demasiado tiempo, lo que habían dicho en la televisión iba a misa. En la actualidad, determinados líderes de opinión e influencers han montado sus propios sistemas de difusión, y es mucha la gente que les da credibilidad. De lo que se trata, en definitiva, es de colar el mensaje sin que haya capacidad de desmontarlo. Estamos ante una nueva clase política en un nuevo escenario».
«Estamos ante una nueva clase política que se mueve en un nuevo escenario de comunicación»
David Sabater, con todo, opina que estas prácticas tienen una rentabilidad muy cortoplacista. Según indica, «uno de los peores errores que puede cometer un político es mentir. La gente puede tolerar que, en el caso de un desastre, como ha sido la dana, uno pueda argumentar que todo el mundo ha fallado y que ha hecho lo que podía. Porque la opinión pública tolera un fallo, pero no que la engañen».
Anna López, doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Valencia, habla de desinformación institucional, un concepto que, remarca, ya existía, pero que a través de las redes sociales «lo inauguró Donald Trump y ha sido importado, porque resulta muy rentable por su alta virabilidad».
«La táctica es generar caos a través de la mentira para después presentarse como salvadores»
Según explica, «el objetivo es que la sociedad dude de todo con cualquier mensaje susceptible de credibilidad». Y destaca que esta nueva herramienta, que funciona muy bien en tiempos de crisis, a la que más beneficia es a la extrema derecha. «Generan caos a través de la mentira para presentarse después como salvadores», apunta. Por eso alerta a los que deciden utilizarla, señalando que «la guerra de la difamación la suele ganar quien ha empezado primero. Así que cuidado con lo que se hace».
Arma destructiva
Muy contundente se muestra, por su parte, Carlos Gómez Gil, doctor en Sociología por la UA, quien recuerda un dicho de Antonio Machado, que señalaba que «el arma más destructiva que utiliza el fascismo es la mentira». Y al hilo de ello indica que «a medida que avanza la ultraderecha global defensora del nazismo, la mentira política avanza en el mundo». En España, añade, «la apoteosis fue el 11-M y, desde entonces, cuando se ha producido una catástrofe o suceso con víctimas, y casualmente gobernaba siempre la derecha, se ha utilizado la mentira como un arma arrojadiza contra el contrario y para construir un relato de falsas verdades que permita sobrevivir, como ahora está sucediendo en Valencia».
«Cuando Hayuna Catástrofe y Gobierna La degreha, se usa la mentira como coat arrojadiza»
Para Gómez Gil, «hacer de la política una herramienta mentirosa para justificar en cada momento lo que interesa, desviar responsabilidades y echar la culpa a los demás, manteniéndose en el poder a toda costa, la convierte en una indecencia que se infiltra en la sociedad, alejándola de la cosa pública. Tengamos en cuenta que el tiempo y la energía que se requiere para desmontar una mentira es infinitamente mayor que el tiempo que se dedica a crearla».
El problema, concluye, es que «la mentira ha demostrado no tener castigo electoral, utilizándose en campañas políticas en manos de estrategas, publicistas y asesores de marketing que convierten la mentira, la confrontación y el disparate en titulares llamativos para remover las tripas».
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Source: Informacion
Emma Matthew is a political analyst for “Social Bites”. With a keen understanding of the inner workings of government and a passion for politics, she provides insightful and informative coverage of the latest political developments.