Todos recordamos dónde estábamos cuando conocimos al amor de nuestra vida -en mi caso, a todos ellos, en un paritorio, ya es casualidad-. Pero también recordamos dónde estábamos cuando nos alcanzó la onda expansiva de un 11 de septiembre, de un 11 de marzo, del 14 de marzo de hace cinco años en que el presidente Pedro Sánchez decretara el Estado de alarma. El confinamiento.
Era precisamente 11 de marzo con España encogida en el aniversario de los atentados cuando la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente la pandemia de covid-19. Aquella distopía que apenas nos hizo levantar una ceja al escuchar en el televisor algo de un virus surgido de un mercado de pescado en algún remoto lugar llamado Wuhan. Pero que sí nos hizo contener la respiración cuando la misma noticia tenía lugar en Italia. ¡Porque Italia sí nos parecía un espejo en el que reconocernos!
Ahora sabemos que el efecto mariposa toma formas insospechadas. La del silencio fantasmal en contraste con el estrépito de los hospitales. La de ir al supermercado con gafas de buceo y guantes de cocina. La del teletrabajo, teleclases, videoconferencias y ciberpolvos. La de los vinos por videollamada y los TikTok haciendo pan. La de las bodas pospuestas, los adolescentes que perdieron su viaje de estudios, los trabajadores que perdieron todo o casi, porque al menos tuvimos escudo social y la de los desgraciados a los que no hay escudo que los abrigue porque el confinamiento sin techo en el que confinarse. La de las madres que parieron sin su pareja al lado y abuelas que no llegaron a conocer a sus nietos.
La de los cien nuevos fallecidos y el Palacio de Hielo reconvertido en morgue. La de esta saldremos mejores y la de mis cojones, que estos ojos han visto a los jetas del papel higiénico, a los que trafican con los paseadores de perros, a los que se colaron para ser vacunados ¡antes que nadie! y a los comisionistas con contactos y sin escrúpulos que se forraron a costa de trapichear con material de primera necesidad. ¡De primera necesidad! Y mírenlos, por ahí andan, impunes. Defendidos por altos cargos que sacan pecho de sus gestiones con más gloria que pena. Pena por los muertos. Miles y miles de muertos, incluyendo los que no debieron morir. También los que en absoluto iban a morir igual. Tantos adioses sin despedida, tantos duelos por cumplir…
Y a solas, a gritos desde el balcón o con un vino a través de las pantallas, las palabras siguieron su curso. Distancia de seguridad, burbuja, variante, ola y pico, tomaron otro significado. ERTE, PCR, FP2, EPI, desinformación y negacionista se incorporaron al lenguaje cotidiano. También el oxímoron pero sobre todo, anhelo, de volver a la «nueva normalidad». Qué mundo recogería el lenguaje, que La Fundación del Español Urgente —FundéuRAE— que había elegido en 2019 como «Palabra del año» la, a los ojos de 2020, frivolidad de «emoji», proclamaba en 2020 «confinamiento». Como finalistas quedaban coronavirus, covid-19, pandemia, infodemia, teletrabajo, resiliencia… Y vacuna. Que se convertiría ¡ por fin! en la «Palabra del año 2021». Para febrero de 2021, diez vacunas habían sido autorizadas para uso público por al menos una autoridad reguladora competente. La «rápida» llegada de una vacuna —en noviembre de 2020, la farmacéutica Pfizer anunciaba que la vacuna desarrollada por BioNTech era un 90 % efectiva y días después Moderna a su vez anunciaba un 94 % de eficacia en la suya— demostró lo que se puede alcanzar cuando se invierte en ciencia. Pero de nuevo, ante la necesidad, llegó la especulación.
Tras ella, la mortífera desmemoria. El informe «Evaluación del desempeño del Sistema Nacional de Salud Español frente a la pandemia de covid-19» que el Ministerio de Sanidad presentó en 2023 a las Comunidades Autónomas en el Consejo Interterritorial de Salud revelaba no solo la obviedad de que España no estaba preparada para afrontar una pandemia, sino que «hemos aprendido poco» y apenas se ha avanzado para afrontar que la próxima pandemia sea igual de «demoledora». No «eventual», sino «próxima» pandemia. Su primera recomendación es una advertencia que todos los gobernantes deberían tatuarse: «Interiorizar que una nueva pandemia de virus respiratorios de alta gravedad no solo es posible sino probable, a corto o medio plazo».
Pero se esfumaron, tras el miedo y los aplausos, las promesas para volver a despedir a las plantillas y la Ciencia y la Sanidad volvieron a aquella vieja normalidad de precariedad y listas de espera. Se olvidó muy pronto a quienes se dejaron la piel, la salud y la vida.
Normalidad: cualidad o condición de normal. Por ejemplo, volver a la normalidad.
Nueva normalidad: situación en que la forma de vida normal o habitual se modifica debido a una crisis o a razones excepcionales. Por ejemplo, en una pandemia.
¡Qué sé yo si salimos mejores o más retratados! Lo que sé es que deseo que algún día, lo normal sea lo inteligente… la normalidad sea lo justo.
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Source: Informacion

Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.