Donald Trump quiere reabrir la cárcel de Alcatraz. Sesenta y dos años después de que echara el cierre definitivo, el presidente de Estados Unidos ha ordenado al Departamento de Justicia y las agencias de seguridad que adopten medidas para “reabrir una Alcatraz substancialmente ampliada y reconstruida para albergar a los criminales más despiadados y violentos de América”. El republicano quiere que sea “un símbolo de la ley, el orden y la justicia”, los mismos pilares del estado de derecho que él mismo desafía de forma cotidiana. Solo hay un problema: tanto los expertos como diversas voces cualificadas consideran que es una idea “impracticable” y “absurda”.
El mito de Alcatraz –o la Roca– no necesariamente coincide con su realidad, como comprueban los turistas que la visitan tras recorrer en ferry los dos kilómetros que la separan de la bahía de San Francisco. El primero evoca una prisión aislada e inexpugnable, un penal con aires de reformatorio victoriano levantado sobre un peñón y rodeado de aguas procelosas, habitado en su día por notorios mafiosos y asesinos como Al Capone o Machine Gun Kelly. Pero la cruda realidad es que ni era tan seguro ni conveniente ni particularmente fácil de gestionar. Ni siquiera en 1963, cuando cerró sus puertas.
La galería de celdas es “totalmente inoperable”, le ha dicho al ‘San Francisco Chronicle’ John Martini, historiador del penal y guarda durante años del parque nacional en el que se transformó Alcatraz a partir de los años 70. No tiene agua corriente ni alcantarillado o siquiera electricidad en partes del bloque de celdas. “Cuando cerró se caía a pedazos, hubiera necesitado un gran proyecto de reconstrucción y, eso, únicamente para adecuarlo a los estándares de 1963”, ha contado Martini, quien considera que la prisión tendría que ser totalmente demolida y construida desde sus cimientos para que pueda ser viable.
Alcatraz siempre fue muy cara de mantener, uno de los motivos principales de su cierre. De acuerdo con la Oficina federal de Prisiones, el mantenimiento de sus reos costaba casi tres veces más que en cualquier otra prisión federal del país. Entre otras cosa porque no hay fuentes de agua naturales en el peñón. Tanto el agua como la comida o el combustible se transportaban diariamente en bote desde San Francisco. A lo que hay que añadirle la constante corrosión de sus instalaciones por el agua marina y las inclemencias del tiempo, así como por el impacto de los frecuentes temblores sísmicos. “Es mucho más caro alimentar allí a los presos que en cualquier otra prisión federal”, dijo en junio de 1962 el entonces fiscal general del Estado, Robert Kennedy, al ordenar su cierre, consumado en la primavera de 1963. Diez años después pasaría a estar gestionada por el Servicio Nacional de Parques. Actualmente recibe 1.5 millones de visitantes al año, que se conviven con sus ubicuas gaviotas y cormoranes.
Fugas sonadas
Kennedy justificó el cierre por el ahorro que supondría para el contribuyente. Pero también por cuestiones de seguridad. Aquel mismo mes de junio de 1962 tres hombres se escaparon de Alcatraz rascando las paredes con una cuchara y escabulléndose por su sistema de cañerías. Nunca se supo qué fue de ellos, aunque abundan las especulaciones. Al día siguiente las autoridades encontraron un remo, dos chalecos salvavidas y una bolsa con cartas y direcciones, pero ni rastro de sus cuerpos. Seis meses después de aquella fuga, otro recluso logró llegar a nado hasta las costas de San Francisco, donde fue detenido.
Pero hay otro factor que se interpone en la ocurrencia de Trump. Quizás todavía más determinante que los anteriores. El islote de Alcatraz tiene poco más de dos kilómetros cuadrados. Es un peñón diminuto. En su momento de mayor congestión llegó a albergar a 336 reclusos cuando las prisiones federales de máxima seguridad puede llegar a acoger hoy a más de 5.000 presos. Su reconstrucción además sería “extraordinariamente costosa”, según señala ‘The New York Times’. Todo ello en un momento de severos recortes presupuestarios, también en el Departamento de Justicia.
“Es una idea absurda”, ha dicho el senador californiano Scott Wiener. De hecho Trump, que ha mandado hasta la fecha a centenares de migrantes a Guantánamo y al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, dos agujeros negros en materia de derechos humanos, ha justificado la idea no solo por su pretensión de mandar un mensaje a los delincuentes sino también a los jueces que no se pliegan a sus dictados.
“Dejaremos de ser rehenes de los criminales, matones y jueces que tienen miedo de hacer su trabajo y permitir que expulsemos a los criminales que llegaron a nuestro país ilegalmente”, escribió el domingo en Truth Social. Un mensaje que algunos demócratas han interpretado como otra amenaza al estado de derecho. “Si Trump va en serio respecto a Alcatraz, será un paso más en su desmantelamiento de la democracia con la creación de un gulag en plena bahía de San Francisco”, añadió Scott, el senador originario de esa misma ciudad. También el gobernador de california, Gavin Newson, se ha burlado de los planes del presidente. “Parece que es nuevamente el Día de la Distracción en Washington DC”, ha dicho Newson a través de sus portavoces.
Subscribe to continue reading
Source: Informacion

James Sean is a writer for “Social Bites”. He covers a wide range of topics, bringing the latest news and developments to his readers. With a keen sense of what’s important and a passion for writing, James delivers unique and insightful articles that keep his readers informed and engaged.