El sucesor de Francisco tendrá ante sí —nuevamente— el reto de China. La difícil y opaca relación entre la Iglesia católica y el gigante asiático, que tocó niveles muy bajos durante el papado de Benedicto XVI y fue parcialmente recompuesta por Francisco, ha planeado en diversas de las sesiones de las reuniones precónclave que los cardenales han llevado adelante en los pasados días, en una semana clave para decidir quién será el nuevo pontífice. Un momento extremadamente delicado y de transición que Pekín no ha desaprovechado para maniobrar a su favor.
La última decisión de las autoridades chinas que ha suscitado polémica ha sido sido la oficialización del nombramiento a finales de abril de dos nuevos obispos. La información, que recién se conoció en Occidente esta semana, involucra a Wu Jianlin, vicario general de Shanghái, elegido por Pekín nuevo obispo auxiliar de la ciudad, y Li Jianlin, elegido obispo de la diócesis de Xinxiang, según han informado los medios católicos Asia News y Catholic News Service (de propiedad de la Conferencia episcopal de EEUU).
Unas circunstancias, estas, que han abonado las críticas y reproches contra China de una parte del clero, sobre todo por el aspecto más doloroso desde la perspectiva de la Iglesia católica: que Pekín pusiera en marcha su decisión cuando Francisco ya estaba muerto y en Roma no hay Papa. Además, según la reconstrucción de Catholic News Service, el caso de Li Jianlin sería particularmente controvertido, puesto que el sacerdote habría sido nombrado en un diócesis en la que ya hay un obispo en funciones nombrado por Roma, Joseph Zhang Weizhu, un cura ordenado en la clandestinidad por Juan Pablo II y que ha sido detenido en numerosas ocasiones.
Provisional y secreto
Lo que aún no está claro es si existe la posibilidad de que el difunto pontífice argentino autorizara esos nombramientos antes de fallecer. Y la razón de la confusión reside también en el propio (histórico) acuerdo firmado entre El Vaticano y China en 2018, gracias al cual la Santa Sede y Pekín pusieron la primera piedra para recomponer sus relaciones diplomáticas, rotas en 1951 (cuando Mao Zedong expulsó del país al embajador vaticano y a sus misioneros católicos).
De hecho, según lo comunicado en 2018, el pacto estipuló que todos los nombramientos se hiciesen de forma conjunta, con el objetivo último de alcanzar el fin de la excepcionalidad china; eso es, la existencia en el país de dos Iglesias: la clandestina (reconocida por el Vaticano con una treintena de obispos) y la oficial del Estado chino (controlada por la Asociación Patriótica, con otros 60). Desde entonces, “unos 10 obispos han sido nombrados y consagrados (conjuntamente) y Pekín reconoció el papel público de varios obispos que anteriormente no eran reconocidos anteriormente”, informó oficialmente la Santa Sede en octubre pasado al comunicar asimismo la extensión del pacto por otros cuatro años.
Sin permiso
Problema: ni Pekín ni la Santa Sede han difundido nunca los pormenores de su acuerdo, que aún sería provisional y, por eso, ha sido mantenido (salvo los grandes rasgos) en secreto. Algo que ha generado malestar, sobre todo, en fieles y sacerdotes procedentes de la antigua Iglesia clandestina, durante décadas perseguidos por el régimen chino y que se han sentido abandonados en una posición ambigua o incluso traicionados. Esto sumado a que desde 2018 también ha habido algún momento de tensión entre los dos países, como, por ejemplo, cuando Pekín trasladó a dos obispos en 2022 sin el permiso del Vaticano (lo que posteriormente fue tolerado por Francisco, precisamente para no poner en peligro el acuerdo).
Con ello, la cuestión china también le ha servido al ala conservadora para atacar al difunto Francisco, y ha vuelto a ser evocada en estos días, entre otros, por uno de sus líderes, el alemán Gerhard Müller. Lo que remite también a que el acuerdo supone, desde este punto de vista, una serie de problemas políticos y doctrinales de grandes proporciones para la Iglesia católica, in primis que, al permitir nombramientos conjuntos, Roma estaría poniendo en cierto modo en el mismo plano al Estado chino con el sucesor de San Pedro, renunciando además a su autonomía, lo que no sucede en ningún otro país del mundo.
El asunto, en última instancia, también podría terminar por dañar a la imagen pública de uno de los principales candidatos a ser futuro Papa: Pietro Parolin. El secretario de Estado de Francisco ha sido, de hecho, uno de los principales autores de la negociación con Pekín.
Subscribe to continue reading
Source: Informacion

James Sean is a writer for “Social Bites”. He covers a wide range of topics, bringing the latest news and developments to his readers. With a keen sense of what’s important and a passion for writing, James delivers unique and insightful articles that keep his readers informed and engaged.