A poco que uno eche un vistazo a su alrededor, observará penosamente, con ese rastro de nostalgia tozuda, que gran parte de los utensilios de antaño han desaparecido o se han trocado en espantajos de la era moderna: qué fue del molinillo de café, se pregunta uno sujetando la lagrimilla en un rincón, bajo el párpado. O de aquel exprimidor manual de naranjas, o de aquella panera con persiana. Habría que organizar visitas guiadas por el piso de la abuela para mostrar, no a los nietos, sino a los propios hijos, las reliquias de un pasado.