Una visita de cuatro días para subrayar que ni siquiera la capacidad disruptiva de Donald Trump puede con la sintonía sinorusa. El presidente chino, Xi Jinping, atenderá en la Plaza Roja de Moscú los fastos del 80 aniversario de la victoria soviética contra la Alemania nazi pero Vladímir Putin, su homólogo ruso, ya ha sugerido que habrá más que la simple participación de su “viejo amigo” en la ceremonia castrense. “Será nuestro principal invitado“, ha apuntado. Una veintena de líderes, ninguno de Occidente, están confirmados.
La reunión llega en un contexto diferente al de las decenas anteriores. En el mandato de Biden, Estados Unidos concentró su hostilidad en Moscú por su invasión de Ucrania, mientras Trump la ha virado hacia China. Con sus concesiones a Rusia buscaba distanciar a los dos países con una lógica parecida a la que empujó medio siglo atrás a Richard Nixon hasta Pekín. No le ha sobrado sutileza. Dijo en octubre que pretendía “desunirlos”. “Creo que puedo hacerlo”, añadió. Su secretario de Estado, Marco Rubio, repitió que quería “diluir los lazos” y el enviado estadounidense a Ucrania, el general Keith Kellogg, anticipó en la Conferencia de Seguridad de Múnich que se esforzaría en distanciar a Rusia de aliados como China, Corea del Norte e Irán.
A todas esas declaraciones han contestado los interesados reivindicando la robusta salud de sus lazos. “Las dos partes deben de resistir juntas cualquier intento de romper o debilitar la amistad sinorusa y la confianza mutua. China y Rusia siempre se han apoyado con firmeza en sus principales intereses y mayores preocupaciones”, decía Xi en un artículo publicado por la prensa rusa en la víspera de su aterrizaje en Moscú.
Sanciones de Occidente
Cuesta imaginar a Rusia alejándose de China mientras sigan las sanciones de Occidente ni a esta de aquella durante los embates arancelarios de la Casa Blanca. No ha logrado Trump debilitar su sociedad ni tampoco ha aceitado su presunta afinidad con Putin la paz en Ucrania. A las sinergias económicas entre China y Rusia se añaden sus compartidos anhelos por una nueva arquitectura mundial con un rol estadounidense atenuado y más peso para el Sur Global.
A eso se referían ambos cuando dos años atrás se animaron mutuamente a conseguir “cambios que el mundo no ha visto en un siglo”. No esperaban, probablemente, la inestimable ayuda de Trump. Sus aranceles orbi et orbe, su pulsión anexionadora de territorios aliados, sus críticas a la OTAN y otras viejas alianzas están dinamitando el rol estadounidense global más y mejor de lo que nunca China y Rusia hubieran podido lograr.
Ambas han alabado su alianza estratégica como una fuerza de estabilidad en un mundo cada vez más caótico y un ejemplo de entendimiento que no busca el perjuicio de terceros países. En la visita de Putin a Pekín, días antes de enviar sus tanques a Ucrania, hablaron de una relación “sin límites” que generó inquietud en el mundo. Bastaron un par de semanas para mostrar que los había, la cooperación militar sin ir más lejos. Europa es otro límite. En el deshielo actual entre Pekín y Bruselas, propiciado también por Trump, persisten las diferencias sobre cuestiones elementales de la guerra de Ucrania. La más evidente es su culpable: la expansión de la OTAN para Pekín, Moscú para Bruselas.
Servirá esta cumbre para que Xi y Putin discutan “asuntos sensibles”, ha avanzado el Kremlin, como la cooperación energética. Es probable que pensara en el gasoducto Power of Siberia 2, una masiva infraestructura ya firmada pero que no ha trascendido del plano. Para Rusia es vital reconducir al vasto mercado chino el gas que antes vendía a Europa.
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Source: Informacion

James Sean is a writer for “Social Bites”. He covers a wide range of topics, bringing the latest news and developments to his readers. With a keen sense of what’s important and a passion for writing, James delivers unique and insightful articles that keep his readers informed and engaged.