When Vargas Llosa leaves socialism

Cuenta Mario Vargas Llosa en ‘The Paris Review’ de 1990 una anécdota sobre su último y amargo encuentro con Jorge Luis Borges en Buenos Aires. Había ido a entrevistarlo para la televisión peruana. De repente, detecta un “enfado” en ese hombre “encantador y frágil” después que le hablara de “las paredes desconchadas y goteras en el techo” de su casa. Ricardo Piglia, quien también solía visitar a Borges, escuchó otra versión del encuentro que había llegado a oídos de una tercera persona. “Ayer vino un peruano que debe trabajar en una inmobiliaria, porque quería que yo me mudara“. Sin proponérselo, el comentario del autor de ‘El Aleph’ entraba de lleno en la propia biografía política de Vargas Llosa, el hombre que había “mudado” radicalmente sus opiniones. No fue el primero ni el último que pasó de la izquierda a la derecha. La historia del siglo XX ofrece numerosos casos, entre ellos los jóvenes y aguerridos intelectuales protagonistas del mayo francés, Alain Finkielkraut, André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy. Sin embargo, tal vez nadie como el autor de ‘La guerra del fin del mundo’ encarnó la figura de la conversión ideológica.

Entre el Vargas Llosa que, como cuenta en su reflexivo retazo autobiográfico, ‘El pez en el agua’, leía en su juventud universitaria ‘La lucha de clases en Francia’, de Marx, así como el ‘Qué hacer’, de Lenin, y aquel que, ya consolidado como intelectual conservador-liberal, engalanaba las portadas de la revista ‘Hola’ y puede apoyar sin rubores a Jair Bolsonaro, transcurre toda una época mediada por adhesiones, desacuerdos, el reconocimiento a una obra notable y un Nobel de Literatura.

“Creo que un escritor no puede evitar la implicación política”. El credo se mantuvo más allá de los encasillamientos. Siempre se mostró a favor de discutir los asuntos públicos. Hubo un tiempo que el que se miró en el espejo de Jean Paul Sartre. El filósofo y narrador francés encarnaba el modelo de “compromiso” con las exigencias de la historia y el horizonte de la revolución socialista. El triunfo revolucionario en Cuba, en enero de 1959, suscitó estremecimientos en el campo intelectual latinoamericano. Podía uno estar en París, como era el caso de Vargas Llosa y Julio Cortázar, pero el corazón latía en la clave de aquella consigna lanzada audazmente por Fidel Castro: la cordillera de Los Andes debía convertirse en una extendida Sierra Maestra que transformara de raíz la región. El autor de ‘Conversación en la Catedral’ hizo suyo ese mandato. “Mi entusiasmo político era bastante mayor que mi coherencia ideológica”, reconocería.

Sus primeras amarguras han sido documentadas en el libro ‘Cinco días en Moscú. Mario Vargas Llosa y el socialismo soviético’, de Carlos Aguirre y Kristina Buynova. El peruano llega a la capital soviética, donde se ha traducido ‘La ciudad y los perros’ no sin censura. El “socialismo real” lo obliga a revisar sus entusiasmos. Cuba seguía siendo el faro. Pero en 1968 tiene lugar un acontecimiento que, visto en perspectiva, puede entenderse como el primer punto de quiebre: la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia, donde Alexander Dubček lideraba el proyecto que proponía un “socialismo con rostro humano”.

“La agresion imperial”

La llamada ‘Primavera de Praga’ concluyó amargamente el 21 de agosto de ese año. Y en setiembre, Vargas Llosa escribe en la revista limeña ‘Caretas’ un artículo de antología. “La intervención militar de cuatro aliados del Pacto de Varsovia contra Checoslovaquia es, pura y simplemente, una agresión de carácter imperial que constituye una deshonra para la patria de Lenin,”. Y, además, lo compara con la incursión armada de Estados Unidos en República Dominicana de tres años antes. “Lo que está en juego en el drama que vive hoy Checoslovaquia no es la pugna entre capitalismo y comunismo, sino el destino de los países que conforman el tercer mundo”. América Latina corre el peligro de “vivir perpetuamente a la merced de los dos grandes colosos”.

Vargas Llosa habla ‘todavía’ como un hombre de izquierdas. Pero, de inmediato, tiene una decepción mayor. Fidel Castro justificó la invasión soviética. La ruptura se consumó, sin embargo, en 1971 con el proceso político-judicial que llevó adelante el castrismo contra el poeta Herberto Padilla. El autor de ‘Fuera de juego’ fue obligado a participar de un ritual de autoconfesión de sus desviaciones ideológicas que supuso una divisoria de aguas para intelectuales latinoamericanos y europeos. Sartre y Vargas Llosa, junto con Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Jorge Semprún, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, entre otros, condenaron el hostigamiento.

García Márquez y Cortázar ya no firmaron el segundo documento, mucho más crítico, y es entonces que cuando el peruano acelera el ritmo de su transformación. “Desde mi desencanto con el marxismo y el socialismo —el teórico también, pero sobre todo el real, que había conocido en Cuba, en la Unión Soviética y en las llamadas democracias populares— sospeché que la fascinación de los intelectuales con el estatismo derivaba tanto de su vocación rentista como de su incultura económica”. Abrazó nuevas ideas y se sintió cómodo en las antípodas del mundo que lo había forjado. Por eso, cuando ‘The Paris Rewiev’  le pregunta por García Márquez, su examigo, el narrador que, de acuerdo con sus propias palabras, había escrito la novela señera, lo trata despectivamente. Su escritura y sus posiciones “no son de la misma calidad”. Y remata: “No tengo mucho respeto por él personalmente, ni por sus creencias políticas, que no me parecen serias”.

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Source: Informacion

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