Tras la expulsión del Edén se hizo necesario trabajar. Fue un castigo. Sin embargo, en los relatos bíblicos, toda condena encierra una oportunidad. Junto al esfuerzo, el trabajo concedió una identidad al hombre, una especie de orden o estructura que llama a la dignidad. Pero este sentido quizás no esté garantizado. Imaginemos, por ejemplo, un futuro no tan lejano, no inmediato pero sí previsible para dentro de dos o tres décadas.