Cuando los niños de los 80 soñábamos con el futuro lo hacíamos a lo grande. No sé si alimentados por la fantasía y las posibilidades infinitas de la precaria ciencia ficción de la época; o por el aliento y la influencia de nuestros mayores, que zarandeados por los estragos de una dictadura de casi 40 años, creían a pies juntillas que España solo podía ir a mejor. Y durante mucho tiempo los avances sociales, los económicos y los tecnológicos no hicieron más que alimentar aquella fantasía, hasta que llegó el momento en que nos tocó reconocer que la cosa se había torcido, y que nada indicaba ya que lo que viene vaya a ser necesariamente mejor que lo anterior, sino todo lo contrario.