Tienen todas las tierras de este mundo global cicatrices que el devenir histórico les ha impreso. Centrándonos en nosotros y en los tiempos documentados con la escritura, «bálsamo de la memoria», somos parte de una península con una amalgama de pueblos en constante conflicto que hace dos milenios fue conquistada por el poderoso Imperio Romano, después de haber tenido enclaves coloniales de fenicios o cartagineses gracias al Mediterráneo que la pericia y el poder grecorromano convirtieron en Mare Nostrum.
De la conquista y dominio romanos, que fue, como todas, sangrienta y cruel, «madre la guerra de la Historia», nos quedaron las instituciones, los emperadores hispanos, la lengua común, tantos monumentos que nos enorgullecen porque son patrimonio propio, además de la cultura grecolatina, que no es poco. Porque el imperio romano, que explotaba y esclavizaba, cierto es, trasmitía además a sus conquistas las estructuras de Roma misma, su derecho, su organización políticoadministrativa, su forma de vida en definitiva. A vista de hoy seríamos insensatos Monthy Python de «la vida de Brian» si nos preguntáramos, ¿qué les debemos a los romanos?, ¿hubiéramos deseado desde hoy que aquella conquista no conllevara sufrimiento y sangre? Tal vez. Pero el pasado no se rehace con los deseos del presente. Sucedió como sucedió.
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Aquella «Hispania Romanorum» se vio luego invadida y mezclada con otros pueblos; se hizo visigoda sobre su pasado. Y gran parte de ella después se islamizó durante siglos, con periodos brillantes que dejaron huella en ciudades bellísimas, y otros oscuros. Luego, en constante pelea y convivencia de reinos diversos desde la rebelión del reino astur del siglo VIII, se fraguó otra realidad cambiante en la larga Reconquista. Del dilatado y diverso periodo de centurias surgieron reinos nuevos. Portugueses, castellanos y aragoneses dirigieron su mirada al Mediterráneo, al este; a África, al sur; y a la procelosa mar del océano Atlántico, a poniente. Yendo hacia allí, al oeste, para encontrar una ruta a las imprescindibles especias, se cruzó en la gesta colombina lo que luego se llamó América, las Indias Occidentales. Fue un 12 de octubre de 1492 cuando la expedición del marino genovés al servicio de la corona de Castilla Cristóbal Colón arribó a Guanahaní, isla de un Nuevo Continente. Nuevo para los recién llegados y para la Europa de entonces. Encuentro y choque para ambos.
Ni Colón ni los conquistadores y los expedicionarios que le siguieron y se lanzaron a la exploración del continente fueron santos. Hubo de todo. En los tres siglos de presencia española en América se dieron desmanes que la Corona y muchos de los gobernantes enviados intentaron evitar porque siempre se entendió que el territorio de inmensos espacios no eran simples colonias o factorías a explotar, sino parte de la propia monarquía. Por ello se crearon virreinatos y audiencias y municipios y universidades y misiones. Las Leyes de Indias están llenas de buenos ejemplos de buen gobierno porque se consideraban parte de la Monarquía Hispánica. Muchos de los que allí tenían el solar de sus antepasados sufrieron; otros aceptaron a los recién llegados para oponerse a los tiranos locales porque, pese a la visión idílica, no todo era paz y bondad paradisíaca en el espacio precolombino. Al final el mestizaje triunfó. Un mosaico que hoy nos fascina y que habla y se entiende en la misma lengua, conservando además sistematizadas las lenguas antiguas gracias a la paciente labor de misioneros y otros. Llegaron más de otras partes del planeta Tierra y la suma creció y se diversificó, ya que tras «el descubrimiento» vino la otra gran gesta, la vuelta al mundo para que el planeta todo fuera uno.
Si Hispanoamérica entera tiene un vínculo irrompible con España, por mucha acritud que a la historia le echen algunos empecinados divulgadores de la leyenda más negra, el de España con México supone casi un paradigma. Fue el más importante virreinato, el de Nueva España y de su acción quedan suficientes pruebas en el país. Que hay mezcla lo demuestran los nombres propios tanto del presidente saliente, adalid antiespañol en sus diarias «Mañaneras», púlpito audiovisual presidencial, como de la nueva presidenta, al parecer seguidora de los postulados y formas de su antecesor. Que haya quienes apoyen la perogrullada de «peticiones de perdón» que reclama desde que en 2019, en plena ola por cierto de fiebre iconoclasta, se le ocurriera como causa irresuelta dice poco a favor del entendimiento.
Para quienes quieran otras opiniones mexicanas; en 2022, el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, el eminente arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma declaró: «La historia es implacable en sus juicios. No se puede pretender manipularla… la historia y la arqueología demuestran que en su devenir, surgieron imperios y gobernantes poderosos que en su soberbia creyeron que serían eternos, pero no fue así». Recorriendo la senda del pasado declaró que en la conquista «el enemigo a vencer por las huestes de Hernán Cortés y miles y miles de aliados indígenas enemigos de Tenochtitlan, eran los mexicas o aztecas. Lograda la victoria militar el 13 de agosto de 1521, comenzaba la segunda parte: la conquista espiritual…». El Virreinato de Nueva España continuó hasta que en 1821 los insurgentes independizaron las tierras y nació México. «Pocos años después, en 1836, nuestros dos países acordaron el Tratado de Paz y Amistad y entablaron relaciones diplomáticas después de largas luchas: México reconocía a España y España reconocía a México como nación independiente. Buen ejemplo para superar pasados agravios». «México y España están unidos por lazos indisolubles». Va otra opinión más, esta menos matizada, más ácida y más crítica del periodista mexicano Eduardo Ruiz-Healy, quien, tras reconocer los éxitos del presidente saliente, y también los fracasos, aclara que México como nación surgió en 1821, no antes; antes era el Virreinato de Nueva España y antes un «bolón de señoríos y cacicazgos». Sobre el tema de la reclamación presidencial define «lo ridículo con España porque el rey no pide perdón por lo que hicieron sus ancestros hace 500 años» cuando hubo pueblos mexicanos que apoyaron a los españoles para «vencer a los aztecas que eran unos sátrapas sanguinarios explotadores».
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En todo este conflicto es lamentable que haya políticos siguiendo el juego del desencuentro por intereses partidistas. Apetece pedir que dejen en paz la historia cuando se utiliza de forma torticera, interesada y tergiversada para sacar pecho ante una ciudadanía harta de incompetencias. Menos mal que en esto el presidente del Gobierno de España dejó clara la separación entre las ocurrencias y la diplomacia. Con el sincero deseo de que la nueva presidenta de México tenga fortuna en su acción política porque ello será bueno para un pueblo tan unido a España.
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Source: Informacion
Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.