Les veo regresar a casa con una sonrisa de oreja a oreja y cara de cansancio, y les reciben los suyos en el aeropuerto. Familias, admiradores, amigos. Ninguna autoridad, que ya se sabe que el ferragosto es para el que no se lo trabaja. Lo segundo que hacen los medallistas olímpicos recién llegados de París después de poner un par de lavadoras es acudir al encuentro de los alcaldes, presidentes autonómicos y demás cargos de guardia para la foto. Me pregunto qué han hecho esas autoridades que sonríen a la cámara metiendo barriga y sujetan la presea por el deportista en cuestión, y me contesto que nada de nada, seguro. Me cuestiono qué hacen por el deporte en general, y la respuesta es que muy poco, bastante menos de lo que deberían. Talento natural, esfuerzo individual, entrega familiar, apoyo de alguna marca, becas y su pizca de buena suerte en el cóctel del podio. Acabados los juegos de París, llegan los análisis de qué ha pasado, por qué hay una cosecha de premios menor que en ediciones anteriores. Nos rebasan proporcionalmente pequeños países del Caribe, vaya por Dios, a ver si va a ser cuestión de genética y nos ahorramos seguir reflexionando.
Detrás de cada medalla hay casi con total seguridad una familia que ha recorrido miles de kilómetros para llevar al niño al entreno en la otra punta de la ciudad, a la niña al partido, o a la competición nacional de su categoría pagándolo de su bolsillo. Y otro madrugón en fin de semana para cruzar la provincia o la isla, y vuelta. En este país el deporte no parece una prioridad de salud pública, ni se sirve en bandeja, ni sale barato: paga la ficha federativa, la equipación y lo que venga, hasta que llegue el momento de decidir si es factible hacer de su disciplina una profesión, cosa entre difícil e imposible. El político de la foto y del palco en el estadio no ha firmado la ejecución de una sola zona deportiva para su ciudad o su comunidad en todo el mandato, ni ha creado una escuela deportiva pública, ni una nueva línea de subvenciones para clubes, ni ampliado la oferta de cursillos, ni se molestará en adecentar los espacios comunes donde la ciudadanía practica por su cuenta. Ese político se cree que las abdominales se hacen solas y que las medallas caen del cielo, que son cuestión de voluntarismo.
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La Organización Mundial de la Salud aconseja para los niños sesenta minutos de actividad intensa al día. Según distintos estudios, solo una tercera parte de la población infantil cumple esta recomendación, mientras que sigue creciendo el número de horas que los menores dedican a las pantallas (tres al día entre semana, y 5 los sábados y domingos). Por mucho que la nueva ley educativa busca consolidar la tercera hora de educación física en Primaria, el único ejercicio que practica una proporción elevada del alumnado, lo cierto es que la mayoría de las escuelas incluyen solo dos a la semana. El deporte como una asignatura ‘maría’, o una extraescolar si los padres se lo pueden permitir, por mucho que se haya contrastado que su práctica mejora el rendimiento intelectual de los estudiantes. Así no hay manera de impregnarse de espíritu olímpico. Aunque algunas comunidades se avanza en dedicarle más tiempo lectivo, en buena parte de las escuelas e institutos se le dedica a la educación física el mismo tiempo que a la asignatura de religión. Habrá que rezar entonces para conseguir muchos oros en Los Ángeles.
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Source: Informacion
Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.