Cuando me miro al espejo y descubro una nueva arruga o que un bosque de canas ha colonizado otra parte de mi cabeza, admito con estoicismo que el elixir de la eterna juventud no existe y solo me queda un recurso: envejecer bien. ¿En qué consiste? No estoy segura del todo. Quizá en intentar bandear las enfermedades que surgen como las canas, en grupo; en mantener el grado de salud física y mental que me permita adaptarme a lo adverso con dignidad y prolongar, en la medida de lo posible, cierta independencia. Pero, además, me gustaría mantener cierta coherencia con mi pasado y encontrar armonía en las canas y arrugas, como si señalaran la trayectoria de una vida.
Esa coherencia es lo que echo en falta cuando veo cómo personajes que fueron relevantes en mi juventud por su papel histórico en las filas de la izquierda de este país, desde Felipe González a Fernando Savater, pasando por muchos otros, adoptan posturas ideológicas cada vez más escoradas a la derecha, a esa derecha neoliberal que los recibe en sus brazos, les abre las páginas de sus periódicos y difunde sus diatribas contra los postulados del partido en el que militaron, con el que simpatizaron o para el que pidieron su voto. Lo curioso es que aquellos que tuvieron tanto poder también rompieron con sus predecesores para alcanzarlo, incluso modificando premisas que los sustentaban, como la renuncia al marxismo en el congreso extraordinario del PSOE de 1979. Si ellos propusieron un giro de tal calibre, ¿por qué no aceptan que una generación más joven realice nuevos cambios para una sociedad distinta? Me pregunto si este viraje responde a una forma de envejecimiento que, como si fuera una escoliosis en la columna, los desvía de forma marcada a la derecha; o si el adelgazamiento que provoca la vejez en la piel hace asomar las estructuras óseas que ya estaban allí, escondidas, o es el resultado de no aceptar el paso del tiempo, el temor a que, si no se oye su voz, están condenados a la irrelevancia. Parecen ignorar lo que propone Pascal Bruckner en su ensayo sobre el envejecimiento: «Un buen maestro debe aceptar su propia desaparición una vez que ha terminado su trabajo».*
Por el contrario, esgrimen un discurso apocalíptico contra sus sustitutos por no seguir el camino que ellos trazaron y, en su crítica, no les importa agruparse con la que fue su adversaria ideológica: una derecha cada vez más agresiva. Mientras tanto, los que fueron parte de sus filas, las filas de la izquierda, incluso con grandes divisiones internas, miran perplejos esa curva peligrosa en la que se están adentrando, porque, aunque puedan tener razones significativas, es el tono de su discurso tan cargado de ira, rencor y resentimiento lo que sorprende y le añade el patetismo de lo viejuno, de lo antiguo. Lo triste es que ahora, cuando corren vientos de intolerancia y se agrandan las diferencias entre ricos y pobres, me gustaría que aquellos que ayudaron a construir un país, que fueron capaces de ceder posiciones y unir criterios, vinieran en nuestra ayuda. Sin embargo, compruebo que no puedo contar con todos, porque algunos, en lugar de tender su mano, empuñan un garrote con el que amenazan a los que consideran disidentes.
Entonces vuelvo al espejo, esquivo arrugas y canas y observo si mis ojos mantienen la curiosidad, si son capaces de mirar alrededor sin buscar a quien culpar, excluir y atizar; si mi mirada está libre de resentimiento y, sobre todo, si es capaz de asumir que debo desaparecer y volverme irrelevante.
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*Pascal Brucker, Un instante eterno. Filosofía de la longevidad, Siruela, 2021.
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Source: Informacion

Dolores Johnson is a voice of reason at “Social Bites”. As an opinion writer, she provides her readers with insightful commentary on the most pressing issues of the day. With her well-informed perspectives and clear writing style, Dolores helps readers navigate the complex world of news and politics, providing a balanced and thoughtful view on the most important topics of the moment.