“Fue terrorismo, terrorismo contra todos nosotros (…) Siento ira y rabia hacia los islamistas. Algo así no puede volver a ocurrir”, aseguró este lunes el canciller alemán, Olaf Scholz, desde la plaza de Solingen donde el pasado viernes tres personas murieron apuñaladas por un presunto ‘soldado’ de Estado Islámico (EI). Que alguien como el autor confeso del atentado, un sirio de 26 años, siguiera en el país tras frustrarse su expulsión es una de las cosas que no deben volver a suceder. En primer lugar, porque esas personas seguirían vivas. En segundo, porque el caso de Assi al H. refleja el cúmulo de obstáculos burocráticos, errores o negligencias que complican el plan anunciado hace meses por Scholz para las “deportaciones a gran escala” de refugiados radicalizados, migrantes irregulares que cometan delitos graves o los que no cumplen los requisitos para poder quedarse en el país.
Assi al H. está en prisión desde el domingo “por orden de la Fiscalía General”, recordó Scholz. La justicia actuará “con rigor” sobre él
Instrumentalización ultraderechista
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Junto al impacto causado por su atentado, están sus repercusiones políticas a una semana de la serie de elecciones regionales del este en que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) podría alzarse como fuerza más votada, por primera vez en su historia. En Turingia, el ‘Land’ donde se da por segura la victoria de la AfD, empezó a extenderse el lema “Höcke o Solingen”. Aluden a su líder, Björn Höcke, cabecilla del ala radical de la AfD y aspirante a alcanzar el poder en su feudo.
El socialdemócrata Scholz compareció en Solingen acompañado del primer ministro de Renania del Norte-Westfalia (RNW), Hendrik Wüst, de la Unión Cristianodemócrata (CDU). Exhibieron así sentido de Estado ante una tragedia en la que cada estamento político tiene su parte de culpa. El Gobierno de Scholz, porque sigue sin avanzar hacia las expulsiones a gran escala. El de Wüst, porque los fallos que facilitaron a Assi al H. seguir en el país ocurrieron bajo la competencia de las autoridades de su región. El autor confeso del atentado ingresó como refugiado en Alemania en 2022 procedente de Bulgaria. Tenía fecha para procederse a su entrega a las autoridades búlgaras, pero se las arregló para no estar localizable ese día en su centro de acogida. No hubo una segunda citación y meses más tarde se le concedió la protección subsidiaria.
Así de fácil se puede esquivar en Alemania una orden de expulsión, clama ahora la AfD. Tanto desde el tripartito entre socialdemócratas, verdes y liberales de Scholz como desde el bloque conservador se recuerda que no hay soluciones fáciles a problemas complejos, como pretenden los ultras. En 2023 se practicaron 16.430 expulsiones, un aumento respecto a las 12.945 de 2022. Para el presente año se prevé otro incremento, esta vez del 30 % –en el primer trimestre sumaron ya 6.300–. El total de personas que deberían abandonar Alemania se estima en 243.000, aunque un 80% de ellas probablemente permanecerán en situación de ‘toleradas’ por razones humanitarias u otros motivos. Las deportaciones “a gran escala” previstas por Scholz quedarían sobre las 50.000. Nada que ver con el objetivo de “remigración” de millones de ciudadanos de origen extranjero que busca el neonazismo.
Tampoco es practicable el plan del jefe de la oposición conservadora, Friedrich Merz, de no admitir a más sirios ni afganos. Merz lanzó esta propuesta el domingo, tras la detención de Assis al H. Poco después se le recordó desde la CDU del ‘Land’ de RNW que no es jurídicamente posible y que contraviene tanto la Convención de Ginebra sobre Asilo como la Constitución alemana. En Alemania viven cerca de un millón de sirios, mayoritariamente llegados desde la crisis de refugiados de 2015, además de medio millón de afganos.
La lección de Solingen
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En medio de la conmoción por el atentado del viernes, en Solingen han dominado las muestras de dolor por las víctimas pero también las alertas contra la ultraderecha. A una convocatoria de las juventudes de la AfD acudieron el domingo unas 30 personas, a las que les salieron al paso centenares de contra manifestantes.
Solingen no es el este de Alemania. Es una ciudad traumatizada por el atentado racista cometido en 1993. Cinco turcas, entre ellas tres niñas de 12, 9 y 5 años, murieron mientras dormían en el incendio de una vivienda provocado por cuatro neonazis, tres de ellos adolescentes.
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El nombre de la ciudad seguía asociado a esa tragedia, a la que se ha sumado ahora el atentado reivindicado por EI.
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Source: Informacion
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