La hambruna ha llegado oficialmente al norte de Gaza. O dicho de otra forma, el nivel más alto de inseguridad alimentaria, cuando al menos un 20% de los hogares enfrentan privaciones extremas y la malnutrición severa y la muerte por inanición dejan de ser una anomalía. Así lo declaró esta semana ante el Congreso de Estados Unidos la jefa de USAID, su agencia para el desarrollo internacional. “La ayuda no ha llegado en suficientes cantidades para evitar la hambruna inminente en el sur y las muertes crecientes de niños en el norte”, afirmó Samantha Powell ante los congresistas, que le preguntaron si de verdad se había alcanzado el nivel de hambruna. “Así es,”, respondió. Solo unos días antes su USAID envió un memorando interno a varias agencias gubernamentales afirmando que la rapidez a la que avanzan el hambre y la malnutrición en Gaza “no tiene precedentes en la historia moderna”, según el cable publicado por ‘Huffpost’.
Nada hay de casualidad en lo que está ocurriendo. En esas imágenes de niños famélicos con cuerpos de alambre o en los huesos. Porque como dijo hace unos días el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, “este es un desastre enteramente creado por el hombre”. Primero con el cierre a cal y canto de las fronteras de Gaza a raíz del atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre. Y luego con las múltiples restricciones de Israel a la entrada de ayuda humanitaria; el ataque de sus tropas contra los convoyes y centros de distribución; o el fomento del caos para que no haya orden en la distribución. “Al norte solo llega ayuda desde el aire. La gente corre, se pelea, un caos total. Cada uno coge lo que puede para sobrevivir. Otros lo revenden para comprar otras cosas. Y algunos, mala gente, hacen negocio con el estraperlo”, afirma Kayed Hamad, un traductor de español que sigue con su familia en el norte de Gaza. Los envíos desde el aire son buenos para las relaciones públicas, pero algunas oenegés han calculado que cubren menos del 1% de las necesidades de la población.
Hablar del norte es hablar del infierno. La región más arrasada por los bombardeos israelíes, y la más ambicionada por sus estrategas y colonos, ya sea para crear allí una “zona de seguridad” o para reocuparla con asentamientos judíos. Israel mantiene aislada toda la zona — incluida su capital– del resto del enclave desde las primeras semanas de la guerra. “Cuando el Ejército expulsó a la población del norte también forzó a las agencias de la ONU y las oenegés internacionales que se ocupaban de la ayuda humanitaria a reubicarse en el centro y el sur de Gaza”, afirma un trabajador de una oenegé europea implantada en la Franja. “Tuvimos que abandonar nuestras oficinas, almacenes, provisiones y vehículos. Buena parte ha sido destruido desde entonces porque Israel se niega a reconocer la inviolabilidad de ciertas instalaciones como la sedes de la ONU”.
Listas negras de artículos prohibidos
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También tuvieron que abandonar a la población del norte. Las cerca de 300.000 personas que, según las estimaciones, se negaron a acatar las órdenes o no pudieron cumplirlas. Esa población ha sido poco a poco estrangulada. “La mayor parte de las peticiones para llevar ayuda al norte son rechazadas. Desde el inicio de la guerra han llegado poco más de 60 camiones”, asegura un fuente de una agencia internacional, un dato que este diario no ha podido confirmar. En cualquier caso, antes del 7 de octubre, entraban en toda Gaza un promedio de 500 camiones al día, según la ONU; desde el inicio de la guerra y hasta el 1 de abril, cuando fueron asesinados siete cooperantes de la oenegé estadounidense del chef José Andrés, no hubo una semana que se superara un promedio diario de 170. Y fue durante la tregua.
Todos los camiones entran desde el sur, previa inspección de los militares israelíes, que manejan listas negras de artículos prohibidos difíciles de adivinar para los donantes, según ha publicado CNN. Ni anestésicos, botellas de oxígeno, compresas, sistemas para filtrar el agua, tratamientos para el cáncer o sacos de dormir. “Nunca hemos visto tantas barreras para obstruir la ayuda humanitaria”, decía el director de Save the Children en EEUU, Janti Soeripto. Solo en febrero y marzo, con el hambre afilando sus cuchillos, se denegó el permiso al 40% de los convoyes para repartir comida, según la ONU.
Ataques contra convoyes humaitarios
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Cuando la ayuda entra, no necesariamente llega a sus destinatarios. Los ataques israelíes contra los convoyes han sido una constante, así como contra la población que esperaba su reparto. “Los convoyes humanitarios están protegidos por el derecho internacional. ¿Cuál es entonces el problema? ¿No son capaces de reconocerlos, falla la comunicación? En muchos casos fueron atacados de forma deliberada”, afirma un jurista de una organización presente en Gaza. De hecho, han tenido que pasar seis meses y un buen rapapolvo de Biden por el ataque contra la World Central Kitchen para que Israel creara por primera vez una unidad de coordinación humanitaria. Entre tanto, han sido asesinados cerca de 200 trabajadores humanitarios.
En uno de esos bombardeos contra los camiones, conocido como “la masacre de la harina”, murieron 112 palestinos. Hace solo dos días le tocó el turno a UNICEF. Su convoy humanitario se dirigía al norte de Gaza con comida y medicinas para el hospital Kamal Adwan, donde hay niños muriendo literalmente de hambre, cuando recibió varios disparos en sus blindados y tuvo que dar la vuelta. No está claro qué percepción tienen los israelíes de esos ataques, siempre justificados o negados de algún modo por el Ejército, pero, de acuerdo con una encuesta de febrero, el 68% de su población judía se opone a toda transferencia de ayuda a Gaza.
Caos en la distribución
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Los militares no han atacado a los convoyes y la población hambrienta que luchaba por conseguir la ayuda en el norte. También están matando a aquellos que tratan de poner orden en la distribución de la ayuda. “Inicialmente se encargaba la policía local, pero los han ido matando, incluso cuando trataban de pasar inadvertidos vistiendo de civil”, dice un residente de Ciudad de Gaza que prefiere proteger su identidad. Israel aduce que tienen son terroristas o tienen vínculos con Hamás. “El objetivo es crear el caos para destruir el orden civil”, sostiene la misma fuente.
Tras la desaparición de la policía se han intentado otras fórmulas. Desde la creación de comités civiles de voluntarios al reclutamiento de clanes y mujtares, una suerte de líderes vecinales. Pero también están siendo atacados, con el añadido de que estos últimos estarían siendo reclutados por Israel para reemplazar progresivamente a Hamás como autoridad en Gaza. “El plan de Israel es encontrar algunos clanes que colaboren en proyectos piloto como alternativa a Hamás, pero las facciones de la resistencia son las únicas que pueden hacerse cargo del show”, decía a Associated Press un alto funcionario palestino.
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Desde el ataque contra la oenegé de Andrés y las amenazas de Biden para condicionar la ayuda a Israel, la música ha cambiado. El Estado judío ha prometido “inundar Gaza con ayuda” con distintas medidas, pero en la semana transcurrida desde entonces, poco o nada ha cambiado, según varias agencias de la ONU. “El pastel estará hecho cuando se pase de las palabras a los hechos”, ha dicho este viernes Jamie McGoldrick, el coordinador de la ONU para la ayuda en los territorios ocupados. “Está bajo presión para presentar resultados”.
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Source: Informacion
James Sean is a writer for “Social Bites”. He covers a wide range of topics, bringing the latest news and developments to his readers. With a keen sense of what’s important and a passion for writing, James delivers unique and insightful articles that keep his readers informed and engaged.