La rutina es uno de los principios activos donde se asienta la vida cotidiana y donde nos apoyamos para poder sobrevivir sin alteraciones. Sabemos casi de antemano cuál será la secuencia lógica en un día cualquiera de un mes cualquiera, sin esperar cambios que nos lleven a romper inesperadamente lo que para nosotros es lo previsible.
Todo gira alrededor de rutinas preconcebidas que marcan el ritmo de los desenlaces. Si esto es así, ¿por qué deseamos sorprendernos o ser sorprendidos truncando la paz rutinaria de nuestras vidas?
Lo importante de una sorpresa positiva es, ante todo, que se produzca inesperadamente y en un momento en el que no destroce ninguno de los proyectos fundamentales que en esa misma secuencia temporal tengamos entre manos, porque de lo contrario se convertirá en sorpresa negativa y frustrará nuestras expectativas.
Cuando la sorpresa es esperada, pierde completamente su connotación. Si tenemos la certeza de que vamos a ganar un premio pierde fuerza y la recompensa es menor que si pensamos que no lo ganaremos, pero si tenemos la convicción absoluta de que el premio será nuestro y por el contrario no llega a serlo, la sorpresa será negativa y nos dañará profundamente.
A la sorpresa positiva y negativa, tendríamos que sumarle otros tipos de sorpresa que conformarían todo el espectro de esta emoción humana. La sorpresa simulada es quizás una de las más características en una sociedad del fingimiento como la nuestra, donde quedar bien está por encima de condiciones de sinceridad y honestidad.
Las simulaciones pueden tener muchos matices, unas veces serán por no desencantar al que pretende sorprendernos, es el caso de quien nos prepara una fiesta sorpresa para agasajarnos y azarosamente lo descubrimos, pero callamos y nos hacemos los sorprendidos cuando llega el momento de eclosión del acontecimiento.
Otra forma de simulación muy habitual, es la que se produce cuando nos encontramos con algún conocido, amigo o familiar y explosionamos de falso júbilo sorpresivo, acompañando nuestros ademanes con palabras amables de mentiroso asombro por haber coincidido después de haber pasado tanto tiempo sin vernos.
En el fondo y a pesar de que somos animales rutinarios, la gran mayoría disfruta con las sorpresas, con un regalo inesperado, una carta, un detalle de alguien que tenemos catalogado de indeseable, un libro que nos regala emoción a cada página o un viaje soñado que de pronto se hace realidad.
En estos tiempos donde es difícil separar la verdad de la mentira o del cambio de opinión estamos necesitados de una amnistía emocional. Vendrán sorpresas con toda seguridad, lo que aún no sabemos es si serán positivas, negativas, simuladas, buscadas o falsas.