No había leído nada de Jon Fosse hasta que le concedieron el Premio Nobel de Literatura de 2023, es más, no sabía de su existencia; ignorancia que se vio paliada al comprobar que no era personal: «mal de muchos…» Bueno, así que, para leer a este autor noruego, como hago con los que desconozco, me gusta partir de los argumentos esgrimidos para su concesión y, según traducción de la CNN, fueron: «Fosse presenta situaciones cotidianas que son instantáneamente reconocibles en nuestras propias vidas. Su reducción radical del lenguaje y su acción dramática expresan las emociones humanas más poderosas de ansiedad e impotencia en los términos más simples». Y así, me hice con su última novela publicada, Blancura (Penguin Random House, 2023). En ella, en la presentación del autor se recogen otros argumentos para su concesión: «por sus innovadoras obras de teatro y su prosa, que han dado voz a lo indecible» (p.5). Dispuesto ya para su lectura.
Es una novela que, bajo su apariencia de lectura fácil, esconde un alto grado de dificultad, sobre todo motivada por el contenido alejado de la lógica que puede aplicar un lector poco avezado en contemplar diferentes mundos posibles en este. Hay una clara voluntad de estilo que, salvando las distancias, a mí me recuerda al ganchillo (sí, tejí alfombras con ganchillo, por amor), es decir, la redacción avanza apoyándose siempre en una palabra anterior, la cual va funcionando como hilo que el autor va tejiendo punto tras punto, apoyándose siempre en el anterior: «Estaban aquí. Mi madre estaba aquí. Y mi padre estaba aquí. Los vi ahí, enfrente, sí, justo ahí enfrente, ahí. Ahí enfrente, sí. O quizá fuera aquí…» (p.70) y se repite el adverbio «aquí» hasta ocho veces más. Esta frase corta se complementa con frases mucho más largas, pero siempre con la misma estructura de hilazón de palabras, como en la p. 22 con una frase de 57 palabras con 14 verbos, o en la p. 40, con 74 palabras y 10 verbos. Abunda en ello el cómo introduce lo que dicen los personajes mediante la constante repetición de «Ella dice», «Él dice» (pp. 60-61).
El planteamiento es lineal con un personaje narrador con voz interna que, de forma casi automática, mientras conduce con su coche, termina en una pista forestal. Presenta una acción única contada desde el presente de la acción, con pequeñas referencias a un pasado, marcado por el tiempo verbal: «Me subí al coche y me marché» (p.7), y poca información personal: que ha tenido una larga vida de pecado (p.25), que vive solo (p.46) y que siempre piensa con claridad (p.54). Andando, se introduce en un bosque y se pierde. Mientras tanto pasa frío, miedo, y parece tener ciertas visiones, ciertos acompañantes que muestran esas sensaciones de impotencia y de ansiedad: una piedra en el centro del bosque, el hombre del traje negro, la criatura en su blancura y dos personas que parecen un matrimonio. Siempre bajo la certeza por parte de Fosse, con el uso de una perífrasis de obligación, de que: «Todo lo que se percibe, pues, de alguna manera tiene que ser real» (p.81).
El autor consigue una tensión narrativa muy importante, «En el interior del bosque estoy yo, y estoy completamente solo» (p.67), con pocos medios desplegados, encaminada a un final que siempre es esperado por quien lee con una gran expectación. Es una novela existencial, en la que el personaje con su falta de voluntad parece no actuar con la lógica esperable, de tal forma que presenta cierta transcendencia mediante el enfrentamiento con lo aparentemente absurdo, de ahí la mención anterior a lo «indecible». Y, en consonancia con esto, también juega a favor su extensión, ya que, aunque tiene 89 páginas, por su impresión, podrían ocupar solo 45 si se optara por el interlineado habitual.
Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela corta? Porque creo que los argumentos del comité son más que válidos para disfrutar de esta novela: la metaforización que utiliza en cuanto a la expresión de la angustia de la propia existencia y de la incapacidad de reacción, la forma con la que decide redactar su novela, con las reiteraciones léxicas en las que se sustenta el contenido y la progresión de la acción. Todo perfectamente conjugado para, después de atravesar una gran grisura, vernos en la más absoluta blancura.